Sociedad

Escritor, detective (digresiones)


Lectura 2 - 4 minutos
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Escritor, detective (digresiones)


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Los escritores somos detectives de la vida cotidiana. Estudiamos casos que la mayoría de las veces no existen, pero aun así les hallamos una solución o término, dramático, trágico o chusco.

Nos dedicamos —en eso llamado realidad— a observarlos a ustedes: gustos, ropas, perros, modos, infidelidades, romances, delitos y delirios, todas sus pequeñas acciones. Observamos para aprender del humano sus luces y sombras, también como un malsano entretenimiento personal.

Como nuestras manías son parte del oficio de escribir, observarte es trabajo y diversión. Te vemos y seguimos tus pasos —si creemos que pueden llevarnos a una historia interesante—en callejones oscuros, azoteas, tiendas, hoteles, plazas, escuelas, en tu cocina.

Nos interesan en especial tus ridículos amores y tus fechorías. Advertimos tus cambios de humor, tu emoción, tu enojo, tu frustración, tu miedo. Sabemos que has mentido y que volverás a hacerlo. Y también que alguien te fue infiel sin que lo advirtieras.

No nos gustan todas las historias. De lo mucho que podemos mirar o fisgonear seleccionamos las historias interesantes de contar, porque además de disfrutarlas de primera mano, luego las escribimos y las publicamos para compartirlas con muchas más personas. Es como un «corre, ve y dile», pero con mejor categoría.

Tenemos el compromiso de darle resultados a nuestro comandante supremo, el lector, quien sabe o intuye nuestras misiones secretas y todo lo que debemos hacer para tener el éxito en ellas. Salimos a las calles y acudimos a los sitios más inverosímiles siguiendo a los protagonistas y tratando de cacharlo in fraganti.

Algunos escenarios e historias solo ocurren en nuestra mente, esos son los más peligrosos, porque son libres de todo límite. De la combinación de lo real y lo maravilloso nacen las historias más crueles, felices, sagaces, orgánicas, conmovedoras.

El detective de la palabra además deberá hacer una gran labor de escritorio en archivos, bibliotecas, mapas, libros, hemerotecas, pinacotecas, buscando las palabras correctas, que develen las claves de cada caso y que le permitan atar todos los cabos del crimen o del romance a contar.

¿Y qué gana con investigar crímenes desconocidos? Primero, la satisfacción del deber cumplido, al dar un testimonio —aunque subjetivo— de su actualidad. Además, gana la Gran Presea Cronotopo, al trascender su propia línea del tiempo y del espacio. También obtiene dinero y algo de fama, pero eso es secundario. 

Igual que el detective con más pericia, el escritor no elige ser lo que es, sino que sigue su destino inevitable, aunque gozoso. El policía puede parecer un suicida lento y temerario, mientras que el artista se enfrenta al todo y al vacío con las pocas o muchas armas que haya podido adquirir antes de lanzarse al ruedo.

El escritor solo se da cuenta de su labor de agente cuando ya no hay vuelta atrás. Quizás comenzó escribiendo un verso o un cuento incomprensible, pero llegado al punto de no retorno una noche se descubrirá escribiendo una historia que involucra amor, muerte, vida y odio. Y ese es el inicio de un nuevo camino de ida. Y es hermoso porque es arte y es vida.

El detective pone en claro un caso para exponerlo ante el sistema judicial, como parte acusadora; es decir, acusa a alguien de algo, por lo que podrá ser condenado culpable o declarado inocente.

El escritor investiga, ordena, redacta y publica para llevar su caso —quizás ya resuelto— para hacerlo público al lector, quien condenará en su mente al protagonista, o lo absolverá, o comprenderá sus motivos y lo perdonará, incluso tal vez lo quiera un poco.

En cualquier caso, parece que nadie sale inmune, todos se llevan un raspón de menos, cuando no una aplastadora sentencia: el perpetrador paga o sale libre con su conciencia manchada; la víctima padece el daño y quizás la injusticia; el detective habrá perdido algo de vida en su trabajo; el escritor habrá ganado una batalla a costa de su propio dolor; el juez habrá dudado de los argumentos y puede que de su fallo…

Sin embargo, el lector, aaah, ese siempre gana, porque ha conocido un poco más del mundo y de sus bemoles. Por eso siempre su majestad, para el que trabajamos y a quien nos debemos. Y cuidado: quizás en este momento un escritor te mire y piense en seguirte un rato.

#danielzetinaescritor #unescritorenproblemas

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Daniel Zetina

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