Escribir es un delirio, cuya tercera acepción en el Diccionario de la lengua española es «Confusión mental caracterizada por alucinaciones, reiteración de pensamientos absurdos e incoherencia», relativo al enfoque psicológico/psiquiátrico.
Desmenuzo dichos puntos: yo no alucino, pero sí imagino vigorosamente, con bastante frecuencia, constantemente, redundante, lo que es muy parecido; alucinar es «Ofuscar, seducir o engañar haciendo que se tome una cosa por otra», y, en ese sentido, los escritores también hacemos alucinar a los lectores y escuchas, para un fin óptimo: conmoverlos y ayudarlos en su catarsis.
En cuanto a la reiteración de pensamientos, mi mente es un lugar por momentos confuso o engañoso, algo embustero, por lo repetitivo de mis obsesiones, por lo absurdo que es pensar salvajemente historias o ideas que luego se convertirán en géneros, libros, publicaciones.
¿Soy incoherente —ilógico— como creador? Sí: aunque hay mucho de pensamiento objetivo al planear o corregir, el momento exacto de la creación es una desconexión del mundo más allá de Danielandia. Escribo desde la fantasía, en un elevado grado de evasión; es paradójico, porque en mi caso escribo de la realidad, no soy tan especulativo.
El escritor es un delirante, quizás un diletante del delirio, el mejor. Pero no se crea que es una pose o un falso argumento ni una impostura banal, es incluso doloroso. Los escritores deliramos el mundo mismo, cada día, en cualquier momento, a la más mínima provocación.
Lo mismo admiramos un edificio en sus ángulos e inventamos historias dentro de sus paredes, que recreamos un recuerdo hasta el más increíble detalle, o hacemos asociación mental de ideas o conceptos solo para entretenernos y divertirnos, en un juego invisible.
Otras cosas delirantes hacemos cotidianamente: entregarnos a las manías más obcecadas, con las que nos ofuscamos por tiempo indefinido. Por ejemplo, yo puedo observar a las ardillas de mi barrio por horas, o leer de formas grotescas, o buscar nuevos panes de dulce y compararlos con todos los que he comido en mi vida, o ponerle una veladora sin fecha determinada a mi padre y hablar con él por horas, o limpiar algo que ya estaba limpio, o escribir columnas periodísticas sin censura.
A mucho de esto se le llama delirio en el mundo no artístico, en lo que confusa y malévolamente nombras como normalidad, que de normal no tiene nada y de realidad menos; a mí ese universo de normas me parece más delirante que el mío y vaya que hay nivel.
Hasta aquí el enfoque de mi vida como artista-persona, ahora veamos qué pasa cuando ejecuto el melancólico oficio de escribir palabras. Hay dos etapas posibles en la creación literaria —por llamarle así a todo o que plasmo en un lienzo en blanco—: puedo tomar una pluma —Azor PinPoint 0.7 mm azul de preferencia— y una de mis libretas o blocks de notas y verter ahí ideas medio confusas que luego podré desarrollar con tiempo.
Cuando así comienzo, por lo general, luego paso esos apuntes en limpio, ya sea en una hoja nueva igual a mano o ya en el ordenador. Trabajaré con la idea o la historia lo mejor que pueda, pero siempre respetando la idea original, porque justo aquellos garabatos son el origen, la chispa inventora, el inicio de lo que luego puede ser… en fin, los beligerantes apuntes sobre el andar.
La otra opción es sentarme a redactar en la computadora, mediante un teclado de letras bien organizadas y ya reconocidas en su ubicación por mis ágiles diez dedos. En un momento utópico, podría pasar 24 horas —o 24 días— escribiendo sin parar, entregado al delirio de escribir sin descanso. Trabajar así es enajenante, aunque no del mundo sino del lenguaje y de mi interior, lo cual termina por ser más bien sublime…
Uno no debería preocuparse por lo que pase luego del místico momento de crear una obra de arte, pero hay que comer: al levantarme de la silla de trabajo debo dedicarme a otras actividades menos alucinantes y más prácticas, para volver de a poco a tocar tierra y revisar los pendientes: la comida, los libros apilados por ahí, el dinero y la gente.
Escribir es alucinante tanto como vital para mí y otros creadores auténticos y arrobados. Así que no juzgues y mejor compra nuestros libros. Gracias.
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