Cada año, nutridos grupos de turistas recorren diversos pueblos mágicos para ser testigos de cómo las y los mexicanos celebramos la llegada de las ánimas de nuestros seres queridos, que vienen a disfrutar de los aromas, colores y sabores de los altares que preparamos para recibirlos.
Sin embargo, este 2020 los gobiernos y pobladores han decidido en diversos lugares que no se harán ni altares monumentales en espacios públicos ni desfiles ni nada que pudiera motivar las concentraciones masivas que solemos tener en estos días.
No significa que no podamos cada quien, en su casa, construir su altar, cocinar mole, pan de muerto, atole y otras delicias para colocar en la ofrenda, ni que no podamos adquirir las artesanías que las manos mexicanas preparan para la ocasión.
Pero lo cierto es que esta vez una celebración responsable debe ser a puerta cerrada. Por ello, quiero hoy darles algunos tips para montar un hermoso altar y recordar a sus seres queridos quedándose en casa, a esperar su visita.
Ofrendar es estar cerca de nuestros muertos para dialogar con su recuerdo, con su vida. La ofrenda es el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria. Estos días, por tanto, pueden ser una oportunidad para reflexionar, para recordar, para compartir con nuestros hijos o nietos los recuerdos de quienes en vida nos dieron tanto amor.
La ofrenda es ese ritual colorido donde el individuo y la comunidad están representados con su dádiva; es un acto sagrado, pero también puede ser profano: la tradición popular es la simbiosis de la devoción sagrada y la práctica profana.
Ofrendar, en el Día de Muertos, es compartir con los difuntos el pan, la sal, las frutas, los manjares culinarios, el agua y, si son adultos, el vino. Ofrendar es estar cerca de nuestros muertos para dialogar con su recuerdo, con su vida. La ofrenda es el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria.
La ofrenda del Día de Muertos es una mezcla cultural donde los europeos pusieron algunas flores, ceras, velas y veladoras; los indígenas le agregaron el sahumerio con su copal y la comida y la flor de cempasúchil (Zempoalxóchitl). La ofrenda, tal y como la conocemos hoy, es también un reflejo del sincretismo del viejo y el nuevo mundo. Se recibe a los muertos con elementos naturales, frugales e intangibles -incluimos aquí las estelas de olores y fragancias que le nacen a las flores, al incienso y al copal-.
La ofrenda de muertos debe tener varios elementos esenciales. Si faltara uno de ellos, se pierde, aunque no del todo, el encanto espiritual que la rodea, pero ¿cuáles son esos elementos indispensables?
En primer lugar, el agua. Es la fuente de la vida que se ofrece a las ánimas para que mitiguen su sed después de su largo recorrido y para que fortalezcan su regreso. En algunas culturas simboliza la pureza del alma y también es el primero de los elementos de la naturaleza que debemos representar.
Después, la sal. El elemento de purificación, sirve para que el cuerpo no se corrompa, en su viaje de ida y vuelta para el siguiente año. La sal también representa a la tierra, el segundo elemento natural.
Las velas y veladoras también son muy importantes. Los antiguos mexicanos utilizaban rajas de ocote. En la actualidad se usa el cirio en sus diferentes formas: velas, veladoras o ceras. La flama que producen significa "la luz", la fe, la esperanza. Es guía, con su flama titilante para que las ánimas puedan llegar a sus antiguos lugares y alumbrar el regreso a su morada. En varias comunidades indígenas cada vela representa un difunto, es decir, el número de veladoras que tendrá el altar dependerá de las almas que quiera recibir la familia. Si los cirios o los candeleros son morados, es señal de duelo; y si se ponen cuatro de éstos en cruz, representan los cuatro puntos cardinales, de manera que el ánima pueda orientarse hasta encontrar su camino y su casa. Con la flama está representado el fuego, tercer elemento de la naturaleza.
Con el copal y el incienso representamos al aire, el cuarto elemento natural. El copal era ofrecido por los indígenas a sus dioses ya que el incienso aún no se conocía, este llegó con los españoles. Es el elemento que sublima la oración o alabanza. Fragancia de reverencia. Se utiliza para limpiar al lugar de los malos espíritus y así el alma pueda entrar a su casa sin ningún peligro.
Por otro lado, tampoco deben faltar las flores ya que son símbolo de la festividad por sus colores y estelas aromáticas. Adornan y aromatizan el lugar durante la estancia del ánima, la cual al marcharse se irá contenta, el alhelí y la nube no pueden faltar pues su color significa pureza y ternura, y acompañan a las ánimas de los niños.
En muchos lugares del país se acostumbra poner caminos de pétalos que sirven para guiar al difunto del campo santo a la ofrenda y viceversa. La flor amarilla del cempasuchil (Zempoalxóchitl) deshojada, es el camino del color y olor que trazan las rutas a las ánimas.
Los indígenas creían que la cempasúchil era una planta curativa, pero ahora solo se usa para adornar los altares y las tumbas de los difuntos. Flor de cempasúchil significa en náhuatl "veinte flor"; efeméride de la muerte.
Un petate no debe faltar pues entre sus múltiples usos se encuentra el de cama, mesa o mortaja. En este particular día funciona para que las ánimas descansen, así como de mantel para colocar los alimentos de la ofrenda.
Lo que no debe faltar en los altares para niños es el perrito izcuintle en juguete, o barro, para que las ánimas de los pequeños se sientan contentas al llegar al banquete. El perrito izcuintle, es el que ayuda a las almas a cruzar el caudaloso río Chiconauhuapan, que es el último paso para llegar al Mictlán.
Por supuesto que no hay altar completo sin el pan. El ofrecimiento fraternal es el pan. La iglesia lo presenta como el "Cuerpo de Cristo". Elaborado de diferentes formas, el pan es uno de los elementos más preciados en el altar.
Otros objetos para rememorar y ofrendar a los fieles difuntos son retratos de los recordados. En algunos lugares sugieren ponerlo escondido y que se refleje en un espejo para dar a entender que al ser querido se le puede ver pero ya no existe.
Se sugiere colocar una imagen de las Ánimas del Purgatorio, para obtener la libertad del alma del difunto, por si acaso se encontrara en ese lugar, para ayudarlo a salir, también puede servir una cruz pequeña hecha con ceniza.
Pueden colocarse otras imágenes de santos, para que sirva como medio de interelación entre muertos y vivos, ya que en el altar son sinónimo de las buenas relaciones sociales. Además, simbolizan la paz en el hogar y la firme aceptación de compartir los alimentos, como las manzanas, que representa la sangre, y la amabilidad a través de la calabaza en dulce de tacha.
El mole con pollo, gallina o guajolote, es el platillo favorito que ponen en el altar muchos indígenas de todo el país, aunque también le agregan barbacoa con todo y consomé. Estos platillos son esa estela de aromas, el banquete de la cocina en honor de los seres recordados. La buena comida tiene por objeto deleitar al ánima que nos visita.
Se puede incluir el chocolate de agua. La tradición prehispánica dice que los invitados tomaban chocolate preparado con el agua que usaba el difunto para bañarse, de manera que los visitantes se impregnaban de la esencia del difunto.
Las calaveras de azúcar medianas son alusión a la muerte siempre presente. Las calaveras chicas son dedicadas a la Santísima Trinidad y la grande al Padre Eterno.
También se puede colocar un aguamanil, jabón y toalla por si el ánima necesita lavarse las manos después del largo viaje. Además de que si de algo no debemos olvidarnos este 2020 es de lavarnos constantemente las manos.
El licor favorito del difunto es para que recuerde los grandes acontecimientos agradables durante su vida y se decida a visitarnos.
Una cruz grande de ceniza, sirve para que al llegar el ánima hasta el altar pueda expiar sus culpas pendientes.
La ofrenda, en sí, es un tipo de escenografía donde participan nuestros muertos que llegan a beber, comer, descansar y convivir con sus deudos.
En la mayoría de los hogares campesinos, de extracción mestiza o indígena, y aún entre algunas familias urbanas, el 31 de octubre se elabora la ofrenda dedicada a los niños o “angelitos”. Sus ánimas llegan el día primero de noviembre para nutrirse de la esencia y el olor de los alimentos que sus padres les prepararon.
En el altar de los “angelitos” la comida no debe condimentarse con chile, porque les haría daño. Es imprescindible que las flores y los candelabros sean blancos, pues este color simboliza la pureza de estos inocentes difuntos.
A los niños muertos se les ponen dulces de alfeñique, pasta elaborada con azúcar, con este material se fabrican figuras de animalitos, canastitas con flores, zapatos, ánimas y ataúdes.
En otros lugares, los altares se adornan con juguetitos de barro pintado con colores alegres; así cuando lleguen las ánimas de los difuntos “chiquitos” podrán jugar tal como lo hacían en vida.
Todos los altares cuentan con panes en miniatura, pues es sabido que a los niños les gusta mucho, al igual que las tortillas, la fruta y el dulce de calabaza.
Es característico que todos los elementos que conforman el altar de los “angelitos” estén elaborados a una escala reducida. Ninguno es grande, ni pueden ponerse objetos que pertenezcan a los altares de los adultos. De ser así, los niñitos se enojarían, se pondrían tristes y no comerían lo ofrecido.
Ahora, ¿cuándo debemos poner el altar? Bueno pues vamos a entrar en materia. Si bien el Día de Muertos está ligado con las celebraciones católicas del Día de los Fieles Difuntos y de Todos los Santos (1 y 2 de noviembre), el altar puede ponerse mucho antes, sobre todo si tomamos en cuenta la causa de la muerte de la persona que vendrá a visitar nuestro hogar.
En Morelos ponemos el altar desde el 28 de octubre, si la persona murió de manera violenta. Para los niños y niñas que murieron sin llegar a ser bautizados: en este caso, la ofrenda se coloca para los días 30 y 31 de octubre.
El primero de noviembre se dedica para recordar a las demás personas que fallecieron durante su infancia.
Finalmente, el 2 de noviembre los altares conmemoran las vidas y recuerdos de los muertos que dejaron este mundo cuando eran adultos.
No olvidemos que esta celebración no es exclusiva de esos pueblos mágicos que nos encanta visitar, este es un festejo de todos los mexicanos, no en vano la celebración del Día de Muertos fue declarada como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2008 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Así que, quédate en casa, coloca un hermoso altar, convive con los tuyos y espera a quienes cruzarán desde el Mictlán para encontrarse contigo.