La semana pasada caminaba por las calles del Centro Histórico de Querétaro, bastante agobiada por el calor y pensaba: ¿Qué demonios hago aquí? Mientras añoraba los verdes paisajes montañosos del Valle de Tepoztlán donde vivo tan feliz.
Pensaba también que quizá, con el paso de los años y el cúmulo de experiencias viajeras, uno va perdiendo la capacidad de asombro y es cada vez más difícil encontrar algo que nos provoque un ¡Wow! Acababa de salir del Museo de Arte Indígena, y si bien me había gustado, y me había transmitido bastante conocimiento sobre el tema, tampoco había resultado memorable.
Mientras esos pensamientos cruzaban por mi mente, mi vista se posó sobre un pequeño letrero que apenas se veía del otro lado de la acera. En él se leían solo dos palabras: Audio Café. Casi sin mirar, aunque por suerte no venían autos, atravesé la calle para entrar en un pequeño café que, hasta ese momento, se veía agradable, pero como cualquier otro.
Al llegar a la barra, casi desperté de un susto a un joven barista que, igual que yo, lucía sofocado por el calor de aquella tarde veraniega queretana. Ni siquiera había visto el menú cuando ya estaba preguntando por lo que realmente me interesaba saber: ¿qué era eso de audio café?
Entonces el barista despertó de verdad y me explicó que ese era un lugar para amantes de la música donde no se podía ir a platicar, pues el objetivo era poder disfrutar de la acústica del lugar y los equipos de sonido para reproducir alguno de los vinilos de la colección que ahí se muestra o bien, para elegir alguna canción o playlist en streaming.
¡Justo lo que necesito! Pensé en voz alta. Antes de pasar a la sala donde me sentaría a disfrutar de las notas musicales, pedí revisar la carta de bebidas. Realmente no tenía hambre pues hacía poco tiempo que había comido, pero sí quería algo refrescante. Pedí un Cold Brew, adicionado con notas cítricas y me dirigí a uno de los confortables sillones que ya me estaban haciendo ojitos.
Pero primero tenía que elegir qué disco iba a poner, bueno no yo, sino mi joven barista anfitrión porque los vinilos no cualquier persona los sabe manejar, son delicados. Yo sí los manejo sin problema, no solo porque en mi infancia ochentera toda la música se escuchaba en discos de vinil, sino porque mi padre me enseñó a cuidarlos y a manejar con cuidado un tornamesa, sobre todo porque las agujas son difíciles de reemplazar.
Llamó mi atención un álbum doble de Brian Eno, quien además de un músico y compositor de culto, es un brillante productor de grupos tan relevantes como U2 o Talking Heads. La música de este artista británico era perfecta para sumergirme en la experiencia, absolutamente hedonista que estaba por comenzar.
Mi joven anfitrión me trajo mi bebida y me comentó que su jefe, es decir el dueño de este hermoso lugar, siempre le decía que el objetivo era que las personas se sintieran en completa confianza, como si estuvieran en la sala de su casa. Así que me dispuse a cumplir la misión y ponerme completamente cómoda, incluso me descalcé.
Mientras poco a poco me perdía en la música que entraba por mis oídos, observaba los detalles de la decoración. Toda la atmósfera era un tanto ecléctica, con una silla Barcelona, ícono del diseño contemporáneo, en un rincón. Las bocinas no eran modernas, al contrario, eran clásicas, incluso podríamos decir que vintage, algo que le iba muy bien al lugar, donde también había un diván, un par de mesas y una vieja lámpara de pie, todo en medio de una iluminación cálida que hacía que uno realmente se olvidara de que estaba en un café y se transportara a la sala de una casa, tal vez no de la propia pero sí de alguna que quisiéramos tener.
Durante casi dos horas fui la única cliente del lugar, algo que realmente agradezco porque pude verdaderamente concentrarme para disfrutar los sonidos experimentales de la música de Eno, y posteriormente de Pink Floyd.
Al salir, pregunté de dónde había llegado el concepto y me explicó el barista que de Tokio. Sin embargo, hoy se que hay este tipo de cafés y bares para melómanos en distintas partes del mundo: Barcelona, Madrid, Tokio y Ciudad de México.
Sin lugar a dudas, por la capacidad que este espacio tuvo para hacerme olvidar del mundo exterior y para transportarme solo a través del placer de escuchar buena música, Kokoro Audio Café, se ha convertido en mi lugar favorito de Querétaro y por supuesto, voy a regresar, ojalá acompañada de la única persona que conozco que lo habría disfrutado tanto como lo hice yo.