Esta semana tuve la oportunidad de participar en un taller sobre nuevas narrativas y al arrancar, para romper un poco el hielo, la facilitadora nos pidió que imagináramos una situación hipotética: todas las personas que en ese momento estábamos reunidas en la videollamada teníamos junto a nosotras una máquina del tiempo. El ejercicio consistía en pensar un lugar y una fecha exacta para programar la máquina y viajar a través del tiempo.
Aunque parecía fácil, conforme avanzaban las participaciones elegir el lugar y la fecha se ponía más difícil. Algunas personas decidían ir a un momento específico de la historia, como cuando se puso la primera piedra de alguna milenaria e icónica construcción, como la Catedral de la Sagrada Familia, en Barcelona. Otras simplemente querían regresar unos meses atrás, a su última navidad en familia o sus vacaciones antes de que la pandemia nos encerrara a todas y todos.
Hubo otro grupo de personas, entre las que me incluyo, que elegimos volver a un momento crucial de nuestras vidas quizá para cambiar el rumbo con mejores decisiones, o para no dejar escapar un sueño o para haber aprovechado mucho mejor una oportunidad.
Sin embargo, algo llamó fuertemente mi atención: solo una persona, de más de 20 participantes, eligió viajar al futuro. Aunque se aventuró a hacerlo, no puedo referir una fecha exacta, ni un lugar. Solo dijo que quisiera viajar más o menos al año 3000, cuando quizá ya existiera una especie de súper humanos, cuando todo esto haya terminado. Sentía curiosidad por saber si la humanidad, como la conocemos hasta ahora, habría sobrevivido o habría tenido la capacidad de evolucionar.
En ese momento me di cuenta de que a todos los que estábamos ahí nos unía una cosa: el miedo al futuro. No me sorprende, en medio de una pandemia, en un momento histórico donde hacer planes a largo plazo parece casi imposible, las personas queremos volver a momentos del pasado donde quizá nos sentíamos más seguros, o cuando nuestros seres queridos aún podían reunirse, o más duro todavía, cuando quizá todavía estaban vivos los que hoy ya no están.
Creo que nunca como entonces había tomado conciencia de que el miedo al futuro es realmente un fenómeno colectivo, una consecuencia en la psicología social de la pandemia, el confinamiento y por supuesto, de la muerte como fenómeno global.
Por eso elegí este tema para la columna de hoy. Ya que no podemos viajar físicamente, hagámoslo con la mente: ¿a dónde nos gustaría transportarnos si tuviéramos una máquina del tiempo? ¿Al pasado histórico o simplemente a un mejor momento de nuestra propia historia de vida? ¿Lo elegiríamos para cambiar el rumbo de las cosas o solo para encontrar ese confort de saber lo que pasará, mismo que la pandemia parece habernos arrebatado?
¿Por qué no queremos ir hacia el futuro cercano? Quizá porque hoy en día se ve más oscuro que un agujero negro o, peor aún, porque no nos atrevemos a aceptar que tenemos responsabilidad en la construcción de ese futuro. Si el futuro es sombrío y atemorizante, si habrá más y peores pandemias, si no lograremos salvar los bosques, si no tendremos agua ni comida, ¿qué papel elegiríamos tener en ese escenario? ¿el de víctimas o el de victimarios? ¿el de seres pasivos esperando el final o el de agentes del cambio?
A veces creo que el futuro nos asusta porque sabemos que, si no cambiamos algo que sí está en nuestras manos, inminentemente nos enfilamos al abismo. El problema es que no sabemos cómo cambiarlo, nos aferramos a lo que conocemos, a lo que nos mantiene cómodos, aunque la evidencia demuestre cada día que la vida como la conocemos hasta ahora tiene sus días contados.
¿Cómo soñar con ese viaje a Nueva York cuando las noticias nos muestran chorros de agua brotando del metro? ¿A quién le dan ganas de ir a Inglaterra, donde las variantes más peligrosas del COVID-19 siguen sin dar tregua? Y mientras una pandemia azota a la humanidad, las guerras son lo único que parece no haberse detenido.
Nadie va a venir a construir un escenario de ensueño para que nosotros solo cerremos los ojos y nos veamos automáticamente en un mundo mejor. Es momento de decidir si seguiremos siendo parte del problema o comenzamos a organizarnos para ser parte de la solución. Solo así podremos arrancar nuestro viaje al futuro, porque para el pasado, se acabaron los boletos.
¿Por qué todos nos queremos ir al pasado?
+Nos da miedo el futuro o la responsabilidad que implica el futuro.