Muy pocas veces las y los viajeros tenemos la oportunidad de vivir la experiencia de ser turista o visitante en nuestra propia ciudad, sin embargo, aunque yo nací en la Ciudad de México y he vivido ahí casi toda mi vida, como les he contado antes, la pandemia me hizo buscar refugio en la naturaleza por lo que me mudé temporalmente a Tepoztlán.
Esa estancia temporal ya se prolongó por 18 meses y ahora que tengo un nuevo empleo en un importante corporativo, tengo que ir algunas veces a la oficina, ubicada en pleno Paseo de la Reforma, una zona de alta plusvalía no sólo por ser atractivo turístico, sino también por ser el distrito financiero de la ciudad, porque como todos sabemos, los nuevos rascacielos corporativos hicieron que las mejores empresas se olvidaran de Santa Fe y regresaran a la avenida más linda de la ciudad.
Pues ahí voy yo, cada semana a visitar la ciudad que me vio nacer, para poder cumplir con mi trabajo que es en una modalidad híbrida. La semana antepasada me quedé a dormir en casa de mi mejor amiga pues además de tener mucho que festejar, fuimos al partido de Pumas juntas, lamentablemente para verlos perder, pero esa es otra historia.
El jueves pasado tenía que volver a ir y me parecía un poco abusivo volver a pedirle asilo a mi amiga porque el plan era ir a trabajar, pero también ir con mis compañeros de trabajo a festejar el fin de año, aunque era una cena, sabía que terminaría algo tarde y no me pareció correcto dar molestias en casa de mi amiga, así que decidí buscar un departamento en Airbnb.
Encontré lo que parecía una maravilla: departamento solo, de una recámara, independiente, y a cuatro minutos caminando de mi oficina. Pero… era demasiado bueno para ser real.
Por la tarde, después de comer, fui a recoger las llaves y todo parecía impecablemente limpio, sábanas recién cambiadas, almohadas impecables. Acepté las llaves y me regresé a trabajar para de ahí, ir directo al restaurante.
Al llegar, pasada la media noche, realmente no tenía mucho sueño así que me dispuse a ver una serie en Netflix en la sala y me dieron casi las 3 am, hasta que finalmente el sueño me atrapó y me fui a dormir a la cama.
Dos horas más tarde me desperté con comezón, supuse que algún mosquito había entrado porque ya había notado que la ventana de la sala no se podía cerrar del todo. Tuve una sorpresa nada agradable cuando, al prender la lámpara de buró descubrí que no eran moscos, sino ¡chinches! Que no solo me habían mordido por distitnas partes del cuerpo, sino que me caminaban encima como si estuvieran haciendo un desfile.
Por supuesto me levanté de un salto de la cama y me fui al baño para quitarme toda la ropa y bañarme. Nunca salió agua caliente. Así que ahí estaba yo: desnuda, congelada, toda mordida por chinches y expulsada de la única cama que había en el departamento. No quería ni secarme por no tocar las toallas, sentía asco de todo. Afortunadamente de mi maleta solo saqué mi pijama, el resto de mi ropa seguía empacada y, además, la había puesto en la sala, así que aparentemente ahí no había peligro.
Desde una fría silla del minicomedor, empecé a mandar mensajes tanto a los anfitriones como a servicio al cliente de Airbnb, para exigir el reembolso de mi dinero pero también una solución pues ya no tenía una cama para dormir y eran las 5 am.
No respondían. Habían pasado ya más de 40 minutos y solo tenía silencio. Entonces decidí escribir en un chat de anfitriones de Airbnb en el que estoy por mis actividades como host de experiencias, previo a la pandemia. Pedí a ellos un teléfono directo que solemos usar los anfitriones cuando hay problemas y que normalmente los usuarios no tienen. Por fortuna alguien estaba despierto y me lo dio. Así pude comunicarme con un ser humano que, del otro lado de la línea, me aseguró que me reembolsarían el dinero, tras ver las fotos de los bichos que yo le mandaba por el chat de la aplicación. También me decía que saliera de inmediato de ahí, que toda mi ropa debía lavarla en alta temperatura, ¡claro como seguramente esto es Nueva York donde por unas monedas encontraría una lavandería 24 horas!
Por supuesto tampoco pude encontrar un hotel pues las tarifas en esta zona de la ciudad son altísimas, así que aquí me tienen, tecleando esta historia desde una cama de hostal, pero que al menos no tiene chinches.
No crean que les voy a decir que nunca más usen Airbnb, para nada, pero sí les voy a recomendar que tengan mucho cuidado y antes de aceptar las llaves, revisen todo a detalle, que destiendan las camas y revisen si no hay chinches en los colchones. Que no esperen al último minuto para reportar este tipo de incidentes porque de madrugada es difícil que la empresa pueda darte alguna solución inmediata. Yo por lo pronto tuve que pagar este hostal con mi tarjeta de crédito y, no sé cuánto tiempo tardará en llegar el reembolso prometido, dijeron que pueden ser 5 días, o pueden ser 15. Una incertidumbre más. Además, no puedo dejar de sentir la sensación de que los bichitos caminan sobre mí.
Moraleja: no importa si estás en la zona más cara de la ciudad, en un departamento con muebles de diseño, siempre te puedes encontrar chinches hípsters.