Y es que en el extranjero, la gente siempre había tenido una imagen amable de México, de sus playas, sus paisajes, su comida, su cultura, su gente, su tequila, sus fiestas llenas de color. Tal vez por ello me dolió especialmente cuando apareció en mi Facebook una foto de un lugar en el que había estado. Y es que la semana pasada se realizó un acto solemne en solidaridad con la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa en la Universidad de la República, en Montevideo.
Aunque ya había visto fotos de las protestas solidarias en plazas de París, Berlín, Los Ángeles, Bruselas y otras importante ciudades, reconocer el auditorio de esa Universidad donde hace cinco años fui invitada a un seminario sobre seguridad ciudadana y medios de comunicación, me afectó de manera distinta.
Recuerdo que era 2009 y el panorama que los colegas de Colombia, Brasil o Guatemala presentaban en sus exposiciones, era mucho más terrible de lo que era la realidad mexicana hasta entonces. En aquel seminario vi por primera vez una cabeza separada de su cuerpo, en un acto violento registrado en video por compañeras brasileñas, y expuesto en clase.
Viene a mi memoria que ese día agradecí vivir en un país como México, donde esos actos de barbarie aún no eran comunes. Todavía tenía la esperanza de que “nunca estuviéramos como Brasil o Colombia”. Sin embargo, cuando vi los retratos de los 43 estudiantes desaparecidos —y presuntamente asesinados en una terrible hoguera humana en medio de un basurero en Guerrero— colocados en butacas vacías en aquel auditorio, me di cuenta de lo lejos que estamos de la realidad de los uruguayos que llenaron la sala.
México ha caído en un estado de descomposición social tal en el que ya no importa “si los buenos somos más”, o “si uno anda metido en cosas raras”. Tristemente, ver esas fotografías en el mismo espacio donde yo sentía asombro ante los horrores que exponían mis compañeros colombianos y brasileños, me hizo sentir más rabia y más vergüenza que todas las imágenes juntas de protestas en el extranjero.
Cuando visité Uruguay recuerdo haber sentido una sincera fascinación por su arquitectura urbana, por su aire europeo por excelencia, su limpieza, su orden, su comida, sus vinos, su música y su gente. Confieso que llegó a pasar por mi cabeza que, si tuviera que elegir algún país latinoamericano para mudarme, Uruguay encabezaría la lista de mis preferencias, sobre todo porque su estilo de vida es mucho más cercano al de sus ancestros europeos, pero siempre con un toque muy especial que hace a Uruguay un país único.
Por supuesto que Uruguay ha venido a mi mente, como a la de muchos, en los últimos meses por otro motivo que provoca envidia: la figura de su presidente. José Mujica, conocido como “el presidente más pobre del mundo”, es también el más querido y admirado. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que su popularidad internacional ha superado a la de otros jefes de Estado con políticas sociales plausibles como Lula da Silva o Evo Morales.
Y es que me pongo a pensar que si bien es cierto que el Estado somos todos —Gobierno, territorio y población como reza la definición que aprendí en la escuela primaria— las sociedades siguen necesitando líderes a quienes admirar y respetar para funcionar correctamente. México tiene un vacío de gobernabilidad, de poder, de Estado pero sobre todo, tiene un vacío de liderazgo, de respeto y admiración. Y aunque las redes sociales no son “el mundo entero”, sí son un buen termómetro para analizar la percepción ciudadana. Y es que ¿quién no ha visto memes donde comparan al presidente de México con el de Uruguay y después ha sentido ganas de bajar la cabeza avergonzado? Yo sí lo he sentido.
Este no es un artículo político, no pretende serlo, pero a veces sí me pregunto porqué necesito viajar constantemente. Y en momentos críticos como el que se vive actualmente en México, más que ganas de ir y conocer nuevos lugares, nuevas personas, descansar, probar otros sabores, creo que la apremiante necesidad de viajar que siento es porque tengo la esperanza de que esta pesadilla no sea mi lugar en el mundo. Porque tengo aún las ganas de buscar un sitio mejor para que mis hijos crezcan. Porque si vivo en un país donde el responsable de procurar justicia dice abiertamente “estar cansado”, ¿no tengo yo derecho también a estar cansada de vivir en este pantano de sangre donde si no te mueves te hundes y si te mueves, te hundes más?
Una colega mexicana que vive en Los Ángeles hace poco, tras los apabullantes resultados que dieron a los republicanos el control parlamentario en Estados Unidos, dijo en Facebook: “Tengo ganas de colgarme un letrero que diga Se Busca País” Y queridos lectores, déjenme decirles, que esa sensación es horrible, yo también la he experimentado. De hecho creo que traigo colgado ese letrero hace mucho, sin darme cuenta.
Eres mexicano, sabes que esta es tu tierra, que tiene un montón de cosas para sentirse orgulloso y afortunado. Que ya quisieran los noruegos tener nuestras playas, ya quisieran los árabes tener nuestros bosques y selvas, ya quisieran los franceses tener nuestro empuje y capacidad trabajadora, ya quisieran los norteamericanos tener nuestro ingenio para la supervivencia pero también sabes que nadie quisiera tener a nuestros muertos. No señores, si hoy México es Ayotzinapa, hoy México ya no es la envidia de nadie.