Sin embargo, y lamentablemente, las consecuencias se siguen percibiendo y no sólo en los bombardeos en Siria como reacción del gobierno francés, tampoco en las discusiones en las altas esferas políticas del mundo, sino en los bolsillos y la vida cotidiana de los parisinos.
Y no es para menos, París es una ciudad que recibe en promedio 27 mil millones de turistas al año y ha sido por varios años consecutivos, nombrado el destino más atractivo del mundo para los viajeros, según la Organización Internacional del Turismo y la prensa internacional
Es una realidad, el encanto de París, su glamour y el hecho de que represente ese objetivo que muchos queremos alcanzar son el motor de su economía.
¿Quién no ha deseado una cena romántica, el viaje de luna de miel, la petición de matrimonio, el viaje de aniversario, el festejo de la graduación, teniendo de fondo la Torre Eiffel? Mentiríamos si no dijéramos que París ha estado en nuestros más profundos anhelos desde siempre.
Las cancelaciones masivas de reservaciones en hoteles y vuelos han logrado quitar el sueño a más de un empresario parisino en las últimas dos semanas, según reportes de Radio Francia Internacional.
No sólo París debe lidiar con el dolor de la pérdida de las vidas de las víctimas, también con el miedo de quienes han decidido postergar el que tal vez había sido el viaje de sus sueños.
El diario Le Monde se ha dado a la tarea de dar voz a esos ciudadanos anónimos que viven del auge turístico de la Ciudad Luz.
Un empresario hotelero que prefirió el anonimato dijo al diario francés que estaba viviendo un verdadero drama. Y no lo culpo, pues también dijo que un viajero promedio en su establecimiento está dispuesto a gastar hasta 30 mil euros por noche, y eso que no incluye el desayuno. Esos son los clientes que han decidido no llegar, o que simplemente en cuanto pudieron, abandonaron París.
Así, los hoteles de lujo perdieron, sólo durante la primera semana, más de dos millones de euros en promedio. Así es como el terrorismo gana las batallas. Sembrando el miedo primero, el hambre después.
Los hoteles de lujo ya han dicho que se preparan para enfrentar una de las peores crisis que no se había sentido en París, tal vez desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Y no sólo es el sector alto el que siente el impacto. La última vez que estuve en París viví en un hotel bastante económico, recuerdo haber pagado menos de 6 mil pesos por siete noches. Una ganga si consideramos que en México, por ejemplo en San Miguel de Allende, una noche en un hotel así cuesta en promedio 1200 pesos.
Llamé a ese hotel, el Roma Sacre Coeur y el mismo recepcionista amable que me servía el café del desayuno cada mañana, me contó que las cosas están mal, que en promedio perdieron casi 30% de la ocupación. Tienen la esperanza de recuperarse ahora con la COP21 y con la temporada navideña, pero no hay garantía de nada. La gente sigue hablando del tema, sigue teniendo miedo y las medidas de seguridad anunciadas por la alcaldesa Anne Hidalgo no han servido para tranquilizar a los viajeros, incluso los hoteleros dicen que ha aumentado la paranoia.
Siete días antes del atentado las cifras oficiales de la Oficina de Turismo y Congresos de París eran alentadoras, el crecimiento en ocupación hotelera de cara al otoño tenía un incremento de 2.4%, pero todo cambió cuando llegó el terrorismo.
La normalidad es ahora algo que se añora, con la misma nostalgia que cuando se ha perdido algo que jamás volverá. El hotelero de Montmartre, que recordaba perfectamente aquel día que llegué y le modelé mi casco de motociclista recién comprado, sonaba triste y consiguió que yo sintiera su tristeza detrás de la línea telefónica, del otro lado del océano.
Los funcionarios quieren convencer a la gente, y a ellos mismos, de que se está avanzando hacia la normalidad. Pero las cifras son contundentes.
Las campañas para que la gente vuelva a las terrazas, a los bistró, al aperó de cada tarde, a chocar las copas de vino y los tarros de cerveza, a bailar, a reir, a vivir libremente en las calles parisinas toman fuerza pero los turistas no siempre lo perciben igual a la distancia.
La cancelaciones de reservas en restaurantes ascendieron a 50% los días inmediatos al ataque. Poco a poco la gente vuelve, pero aún así, las propinas de los meseros, muchos de ellos estudiantes o inmigrantes extranjeros, son menos, el dinero en su bolsillo por consiguiente, también.
Eso es el terrorismo, un golpe a la moral, a la economía, a la vida cotidiana y toca a todos, en la gran escala, desde el mesero que te sirve el café hasta el empresario millonario que está detrás de los grandes escaparates de las firmas de alta costura en Champs Elysées.
Nadie duda que el impacto ha sido mayor que el de enero pasado, cuando fuimos también testigos de los atentados contra el semanario satírico Charlie Hebdo. Y es que claro, decíamos #TodosSomosCharlie pero en realidad no lo éramos. Ahora es distinto.
Sí sentimos que somos parecidos a ese mesero que cubrió a sus clientes y perdió la vida en ello. A esa gente que bailaba y escuchaba música en el Bataclán, a los que festejaban un cumpleaños en la terraza de un bistró.
El viernes caminaba por la colonia Condesa, en la Ciudad de México, tan llena de vida, con restaurantes ruidosos y llenos de gente riendo a carcajadas, y fue inevitable pensar en París.
De pronto levanté la mirada y un avión sobrevolaba el cielo de la Ciudad de México. Sus luces a la distancia parecían una gran bandera francesa. Azul, blanco y rojo, los colores de la igualdad, la fraternidad y la libertad surcaban el cielo mexicano y yo me preguntaba, ¿era ese un avión de Air France?, ¿fue esa su manera de sumarse al homenaje convocado por el gobierno francés por el cual muchos colocaron banderas y prendas de los tres colores en sus ventanas en París? No lo se, pero lo que sí me queda claro es que al menos yo no voy a contribuir al terror y, siempre, siempre volveré a París, a sus calles, a sus bares, a sus terrazas y a su vida cotidiana, porque siempre me ha gustado el aroma de la libertad y eso ningún terrorista me lo puede quitar.