"Quien toma bienes de los pobres es un asesino
de la caridad. Quien a ellos ayuda,
es un virtuoso de la justicia.".
-Tony A. Gaskins Jr.-
No puedo negar que actualmente vivo mucho mejor que hace años. Tengo tranquilidad, dos hijos maravillosos, me siento bendecido porque he logrado muchas cosas en la vida. No necesito lujos. Dice Pepe Mújica: vivo sobrio y lucho por la sobriedad. Vivo liviano de equipaje. Séneca decía que pobres son aquellos que precisan mucho. Y la Biblia dice: Miren a las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?
Para las personas que se pregunten, no soy muy religioso que digamos, más bien, soy alguien que toma las cosas buenas de religiones y filosofías porque esto me ha ayudado a vivir una vida más tranquila. Tengo amigos y amigas buenos como el padre Luis Rodríguez y Martín del Campo, por ejemplo, a quien le agradezco siempre su amistad y sus consejos. Me he dado cuenta que cuando más necesidades he tenido, cuando más atribulado estoy, siempre se aparece algo o alguien que me ayuda y me saca del pozo profundo en el que me encuentre.
Hace muchos años, tendría unos veintidós años, me encontraba en Hong Kong de vacaciones. Ya me habían contratado en un hotel de Beijing para cantar. Necesitaba una buena guitarra y al llegar a la isla de Hong Kong conseguí un trabajo en una fábrica clandestina de relojes. Me hospedé en la Casa de los Soldados y los Marineros en la península de Kaoloon en el distrito de Wan Chai. Compartía la habitación con otros siete huéspedes. Había viajeros, marineros, gente que no tenía mucho dinero. No teníamos muchos lujos. Pero lo maravilloso era el hecho de compartir nuestras historias. Había un marinero de Sri Lanka que siempre me invitaba a tomar, a lo cual nunca accedí porque no acostumbro beber; había también un joven francés que había cruzado África en bicicleta y ahora quería hacer lo mismo en Asia, y quien, por cierto, cada vez que veía algo abandonado preguntaba de quién era, si el propietario ya había salido del hotel, entonces se quedaba con las cosas. Se quedó con un par de calcetines y un pocillo viejo ese día. Federico Cessati era un maestro italiano que sólo tenía trabajo medio año y el resto viajaba para hacer fotos de sus viajes y luego, de regreso a Italia, vendía las fotos a algunas revistas.
Federico y yo nos hicimos grandes amigos. Compartimos nuestro tiempo libre en los barrios de Hong Kong y hablábamos del futuro de nuestros países. Y como todas las cosas buenas se acaban porque nada es eterno, un día me quedé solo en la habitación. Me había comprado una guitarra de doce cuerdas para mis presentaciones en el hotel Jiang Quo de regreso a Beijing. Me costó mucho dinero, tanto que el resto de mis días en la isla me la pasé alimentándome de te de limón. Afortunadamente durante el día estaba en la fábrica de relojes y me distraía. Pero llegando la noche…
Una de esas noches estaba desesperado porque era demasiada el hambre que tenía. Sentir hambre desespera. Angustia. Sientes miedo. Dos días más, y estaría de regreso en Beijing, pensaba, llegando cobro mi beca de estudiante y como todo lo que pueda a gusto. Paciencia. Serenidad y paciencia.
Estaba acostado y no podía dormir. Tenía muchísima hambre. Me levanté y me dirigí al cuarto de televisión para distraerme un poco. Encendí la tele, y, lo primero que apareció fue un comercial de pollo frito. Se me hizo agua la boca. ¡Comencé a salivar profusamente! Y se me llenaron los ojos de lágrimas. Apagué la tele inmediatamente y me levanté para irme a la habitación. En esos precisos momentos entró un chino de Macao, allá hablan portugués porque fue colonia de ese país, y a quien habíamos conocido Federico y yo en los baños del hotel porque entendía parte de lo que hablábamos. Nunca volví a ver a ese chino hasta esa noche en el salón de televisión. Entró con sendos platos de comida. Me invitó a comer. Le dije que no, que ya estaba cansado. Insistió. Me dijo que no lo podía dejar ahí abandonado porque el hotel estaba casi vacío y que quería compartir su comida conmigo. Esa noche comí mucho espagueti con sardinas portuguesas, por supuesto. Después de esto, ya no volví a ver a ese chino en mis dos días restantes en el hotel.
Salí un domingo del hotel. Compré mi boleto a Beijing. Me quedó algo de dinero que me alcanzó para comprar unas mandarinas y un paquete pequeño de galletas saladas. Me dije que sería suficiente para mi viaje de dos días hasta mi destino. Sin embargo, el lunes a media tarde, no sé por qué, me moría de hambre, literalmente. El tren paró en un pueblo llamado Han Kou. ¿Cómo olvidarlo? Me bajé para distraerme y espantar el hambre, pero vi a una mujer vendiendo huevos cocidos y nuevamente empecé a salivar. Me imaginé que sabrían riquísimos con mis galletas. Me subí con tristeza al vagón. Ya sentado, unos chinos, compañeros de viaje, me invitaron de los huevos que habían comprado. Yo les compartí mis galletas y mis mandarinas y sacié mi hambre.
Ayer, cuando fui al súper a comprar, en la entrada vi en los ojos de una mujer el hambre que tenía. Recordé esta anécdota que acabo de contar. Yo sé qué se siente tener hambre. Le compartí lo que traía. Quisiera tener los medios para apoyar a toda la gente que necesita. Podemos ayudarlos. Y al mismo tiempo, debemos exigir transparencia de nuestro gobierno. Somos un país rico que han saqueado para beneficio de unos cuantos. Ojalá que entiendan, como decía Martí: Ayudar no es sólo parte del deber, sino de la felicidad. Seamos solidarios.