“La grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que trata a sus animales.”
-Gandhi-
Kira llegó a nuestras vidas cuando mis hijos eran pequeñitos. Yo, al tener que salir a trabajar, tenía que dejar a mis hijos solos en casa. ¿Quién los cuidaría? Necesitaba alguien que estuviera con ellos y que además fuera motivo de felicidad, compañía, juego y seguridad. Comencé a leer sobre el tema de los perros y cuál sería el mejor. Aprendí, para mi sorpresa, que los dos mejores perros para niños eran los rottweilers y los bóxers. Nunca había tenido un perro propio. Cuando éramos niños, había perros de la calle que mi padre adoptaba, pero nunca habíamos tenido un perro desde pequeño. Es más, con respeto menciono, no sé que fue de ellos.
Decía, pues, Kira llegó muy pequeñita a casa. Con ese nombre la bautizó mi hija. Conforme fue creciendo, y a pesar del miedo que al principio tenía, por ejemplo, cuando le daba de comer, si me acercaba me gruñía terriblemente, cuidaba increíblemente a mis hijos. Adquirí un libro sobre la raza. La fui conociendo más y la empecé a entrenar y le enseñé a socializar para que los visitantes a casa no tuvieran miedo.
También me llegué a sentir mal porque yo mismo me decía que había gente con necesidades y que con el dinero que gastaba en Kira, podía ayudarles. La culpa llegaba a veces. Sin embargo, llegó un momento en que tuve que “terapearme” para entender que Kira era parte de nuestra familia y que, además, hacía una labor muy noble: Cuidar la casa y a mis hijos.
Para que mis hijos (y yo) aprendieran más, en ese tiempo compraba revistas españolas, era lo que había. Ahí se habla de la legislación sobre los derechos de los perros. Cada vez que leía una de esas revistas, mi mente hacía conciencia, no sólo de los perros sino de todos los animales de compañía que tenemos los seres humanos. Y leí una frase que se estableció directamente en mi corazón, que dicen que dijo Arthur Schopenhauer: “La conmiseración con los animales está íntimamente ligada con la bondad de carácter, de tal suerte que se puede afirmar seguro que quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona. Una compasión por todos los seres vivos es la prueba más firme y segura de la conducta moral”.
Tanto mis hijos como yo, al ver a los perros callejeros o, lo peor, al ver perros maltratados y muertos en las calles, nos dimos cuenta que vivimos en una sociedad injusta para los animales. Nunca hemos podido imaginarnos a nuestros perros perdidos en las calles, pasando hambre, frío o violencia.
Kira era un amor al llegar a casa. Se ponía feliz, aunque yo estuviera triste. Se echaba a mis pies cada vez que me sentaba a leer o cuando escuchaba música. Su compañía me daba tranquilidad. Nunca pensé que algún día la felicidad con Kira se acabaría. Once años de compañía. Pero hace dos semanas cayó enferma. La hospitalizaron. Los honorarios del veterinario y la hospitalización, no fueron cualquier cosa, pero Kira era parte de la familia. No sé cómo plantearlo. No era un tío, o una prima, pero parte de nuestra familia, así que había que hacer algo por ella. El jueves pasé a verla. Cuando le hablé se incorporó. Reconoció inmediatamente mi voz y le dio gusto verme. El viernes muy temprano en la mañana, me llamó por teléfono el veterinario y me dio la mala noticia: Kira había fallecido. Sentí un vacío enorme en mi corazón. Tuve sentimientos encontrados. Una parte de mí decía que no era la gran cosa. Pero otra parte de mí sentía como si alguien de mi familia hubiera fallecido. Me dejé llevar por el segundo sentimiento.
Me dirigí al consultorio para saber el procedimiento a seguir. Llevé su cuerpo al lugar donde habrían de cremarla. Hablaba con ella agradeciéndole todo el amor que nos había dado y el cuidado que tuvo para mis hijos. Agradecí su compañía en mis lecturas. Agradecí la paz que me regalaba mientras mi corazón lloraba.
Regresé con una soledad pesada. Y nuevamente con sentimientos encontrados. Entré a la casa y sentí su ausencia. Me senté en la sala. Y aunque no lo crean, me sentí solo. Ya no se escuchan ni su respiración ni sus ronquidos. Esos ronquidos que también me daban paz.
Me di cuenta también, nuestros animales de compañía son ángeles que nos acompañan. Nos dan alegría y paz. Son parte del buen vivir. Y dicen que el peor pecado que cometemos contra nuestros amigos las animales no es odiarlos, sino es ser indiferentes con ellos. Esa es la esencia de lo inhumano.
Descansa en paz, Kira.