“Somos más libres cuando todos
podemos a aspirar a nuestra propia felicidad.
Tenemos que tener economías que funcionen
para todos los ciudadanos, no sólo
para los que están en lo alto.”
-Barack Obama-
No he encontrado en las redes el editorial del Washington Post titulado “o muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización humana”. Después de estar investigando, me temo que es falso. Sin embargo, dicho escrito, tiene mucha razón. Es un tema muy comentado desde hace varios años, que, en caso de interesarte, te dejo un vínculo para que lo leas: https://diariolalibertad.com/sitio/2020/04/02/editorial-the-washington-post-o-muere-el-capitalismo-salvaje-o-muere-la-civilizacion-humana/
El tema viene al caso porque con esta historia del coronavirus, muchos estudiosos del tema se cuestionan cómo debería ser el espectro económico después de la crisis.
En el artículo en mención se vuelve a reiterar el hecho de acabar con este capitalismo salvaje en el que sólo el 1% de la población del planeta es dueño de los medios de producción.
Esto también me lleva a una reflexión del libro “Salvando al capitalismo” de Robert Reich, mismo que ya hemos comentado en esta columna. Reich habla en su libro, del que, por cierto, hay un documental en Netflix, que antes uno podía con esfuerzo y dedicación llegar a tener su propio negocio. Convertirse de un trabajador en un empresario, pero, sin embargo, ahora, las políticas laborales son tan deprimentes, que los trabajadores no tienen más que conformarse con lo que tienen porque las empresas grandes son las que tienen todo.
Esta crisis que hoy vivimos nos hace dar cuenta que la “normalidad” en la que hemos vivido debe cambiar. Tenemos que preocuparnos y ocuparnos por todos, como lo menciona el epígrafe de esta columna. Debemos hermanarnos. Debemos dejar atrás todos los “ismos” que traemos cargando desde siempre. Si eres capitalista, comunista, socialista, o cualquier “ista” que quieras, tienes que hacerlo a un lado y buscar coincidencias para que todos, los que tienen, los que no tienen, los blancos, los indios, los mestizos, los heteros, los gays, los que piensan diferente a ti, tengamos de verdad, y digo, de verdad, porque siempre hemos vivido engañados, los mismos derechos. Si quiero felicidad para mí, debería hacerme feliz que también los demás sean felices.
Dicen que en un diálogo sobre esta crisis que padecemos, un maestro budista le contesta a la interpelación de su discípulo que el coronavirus no es malo. “Es bueno. Ya que de él están aprendiendo muchísimas personas. Se está elevando el nivel de conciencia del planeta, al vernos en la necesidad de desarrollar grandes herramientas de amor como son la aceptación, la valoración y la adaptación. La paciencia, la tolerancia y el respeto. Podrá ser una prueba difícil, pero mala no es. Tú estás creciendo gracias a ella. Si dejas de ver al coronavirus desde tus temores, y lo empiezas a ver desde tu comprensión, podrás reconocer el valor que hay en él. Así podrás pasar esta prueba que la vida te está presentando.”
Mientras escribo esta columna, es domingo de ramos. Y aquí estoy, enclaustrado en casa siguiendo las medidas de seguridad. Nunca puse atención al verdadero significado, aunque sé que es el día en que Jesucristo llegó a Jerusalén, un momento de gozo para todos los feligreses que creían en él y que lo recibieron con ramos, flores y palmas, era la llegada del hombre que venía de parte del Señor.
Cuando Jesucristo hizo su entrada, montó un burrito y siguió un camino lleno de ramas de árboles y con ello se enfrentó a muchas cosas, entre ellas a las personas que nunca creyeron en la llegada de Jesús de Nazaret.
Hoy es una fecha especial para todos los católicos. Y aunque estemos encerrados en casa, pensemos en todo lo que esto significa. No vayamos a creernos como la historia del burrito que llegó con su madre hablando de cómo lo habían tratado al entrar al pueblo con hurras y vivas. Su madre, para que el burrito no se creyera tanto, le dijo que volviera al siguiente día al pueblo, pero esta vez sin cargar a nadie. Después de haberlo hecho, al llegar a casa, el burrito se mostró muy triste porque nadie le había hecho caso. Al buen entendedor, pocas palabras.
Seamos más humildes y preocupémonos y ocupémonos por los demás.