Día de las madres y otras reflexiones

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“Lo sai che più s'invecchia

più affiorano ricordi lontanissimi,

come se fosse ieri.”

Che cosa resterà di me

-Franco Battiato-

 

Así comienza la canción “qué cosa quedará de mí” interpretada por el Maestro Lucio Dalla y otro gran Maestro, Gianni Morandi. Y dice: “Lo sabes, que mientras más envejeces, más afloran recuerdos tan lejanos como si fuese ayer. A veces me veo en brazos de mi madre. Y escucho los tiernos comentarios de mi padre. Y los almuerzos los domingos en casa de los abuelos… Los primeros acordes en un órgano de iglesia en la sacristía. Y un dogmático respeto por las instituciones… ¿Qué cosa quedará de mí, del tránsito terrestre? ¿De todas las impresiones que he tenido en esta vida?”

Soy de una generación que vivió las formas más tradicionales de la familia. El padre fuera de la casa, ausente. La madre siempre cuidando y amando a sus hijos. Se encargaba de la casa. Lo que ya de por sí era mucho trabajo. No había horario fijo. El trabajo del hogar era 24/7. Pero, además, en el caso de mi madre, también trabajaba afuera. Teníamos una pequeña fonda. Un restaurancito de comida y antojitos.

Me llegan muchos recuerdos al momento de escribir esto. Quisiera sacar del corazón muchas cosas. Muchos sentimientos encontrados. Sin embargo, hoy sólo escribiré sobre mi madre. De esas hermosas memorias.

Recuerdo las mañanas, sobre todo, porque, yo tendría cuatro años de edad, mi mamá subía a la azotea de los departamentos donde vivíamos, en la calle de Degollado, entre Morelos y Matamoros, cerca del Jardín San Juan, aquí en el centro de Cuernavaca, a lavar la ropa. ¿Qué necesita un niño de esa edad más que el amor y los brazos de su mamá? Esa es la gloria en esta tierra. Pues bien, mi madre extendía sus brazos para cargarme. Me tomaba cuidadosamente entre ellos (¡Gran emoción y alegría sentía en mi corazón!) me abrazaba y me acomodaba cuidadosamente en uno de los lavaderos mientras hacía la faena. Me contaba historias, nos reíamos mucho. Ella trabajaba y hablaba. Yo, en el lavadero de al lado, me quedaba quieto, escuchando y sonriendo con sus historias. Después de un rato de faena, llegaba el momento culminante. De una bolsa de papel sacaba las tortas que había preparado. Esas han sido las tortas de huevo en torta, válgame la expresión redundante, más deliciosas de mi vida. ¡Aún en mi vida de adulto! Los sabores también forman parte de nuestras vidas. De nuestros recuerdos.

Años más tarde, la acompañaba a hacer las compras al mercado Adolfo López Mateos. Preparábamos la canasta grande y dentro poníamos bolsas grandes para poner los comestibles. Era una aventura porque al término siempre me llevaba a almorzar unas carnitas riquísimas a ese puesto del mercado, donde he regresado algunas veces para rememorar aquellos días. Hay muchas historias y sabores que quisiera compartir. Pero sólo esta parte por ahora.

Conforme fui creciendo, también fui entendiendo, y sintiendo, las carencias económicas, emocionales y afectivas de mi madre. y en lo que yo podía, trataba de que fueran menos pesadas esas cargas.

El día de las madres, el que yo más recuerdo, fue cuando a los catorce años de edad (en ese tiempo ya trabajaba y ganaba mi dinerito) me di cuenta de un gabinete que llamaba la atención de mi madre, pues hacía falta en la cocina. Cada vez que pasábamos por aquella mueblería, ella se detenía para admirarlo. Así que me puse a trabajar con muchas ganas. Junté el dinero, y lo compré. ¡Si hubieran visto la cara de mi madre! Muy emocionada extendió sus brazos, me tomó entre ellos, y me abrazó. Yo volví a sentir la gloria en esta tierra.

Nuestros padres nos dan todo lo que tienen, y lo que no, también. Todo lo que son, y lo que no. No deberíamos cuestionarlos. De verdad que ellos nos dan lo mejor que pueden (y lo que no, también). Nos han dado lo mejor de ellos. Siempre habrá aciertos y errores. He cargado con sus dioses y con su idioma, con sus rencores y con su porvenir, Nada ni nadie ha podido impedir que sufra. He decidido por mí y me he equivocado. Crecí, y un día dije “adiós”, como dice la canción de Serrat “esos locos bajitos”.

Yo como hijo, he hecho cosas buenas para mis padres, pero también he cometido errores, desaciertos. Muchos. Algunos terribles. Pero en el fondo, lo digo con humildad, he aprendido mucho de mi madre. me quedo con su amor, con su ingenuidad, con su humildad, con su sonrisa, con sus historias, con sus lágrimas (porque también he aprendido de ellas). Pero, sobre todo, me quedo con ese abrazo tierno de mis cuatro años. Ese que vuelvo a sentir algunas veces, en mis sueños, en mis soledades, tal vez cuando más lo necesito, y con el que siempre siento la gloria en esta tierra. Y que espero, volveré a sentir el último día de mi vida.

Gracias, madre mía, por aquellas pequeñas cosas maravillosas y por la primavera que me regalaste y, también, te pido perdón por mis desaciertos y las lágrimas que por mí has derramado.

 

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M. en D. Primo Blass

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