“Tener hijos no convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve a uno pianista.”
-Michael Levine-
Profesor de genética
No es mi intención contradecir a nadie. Dicen que un hombre que no sabe ser un buen padre, no es un auténtico hombre. Se dicen tantas cosas… y eso aplica para los conceptos de madre y padre. Pero hoy sólo me dedicaré a hablar sobre los padres. Uno, porque es el día para celebrarlo. Y dos, porque como hombre, me cuestiono muchas cosas.
He sido hijo, obvio. Y afortunadamente también soy padre. Mi educación y las experiencias de mi infancia no se comparan en absoluto con las de mis hijos. Desde mucho tiempo antes de ser padre me repetía a mí mismo que la vida de mis hijos sería diferente a lo que yo había vivido.
Y así traté de hacerlo. Según mi criterio, siempre les di lo mejor que pude. Los cuidé, les preparaba de comer, los bañaba, a la hora de dormir los acostaba en mi pecho mientras les daba un masaje, les cantaba y arrullaba. ¡Qué tranquilidad, paz y armonía sentía en mi corazón! No había nada más importante en la vida.
Cuando llegó la hora, el primer día del Jardín de niños, mi corazón se acongojó de sólo pensar lo que le esperaba a Lobito. Y así nacieron estos sentimientos que transcribo: “A los tres años, mamá y yo te llevamos al jardín de niños. Era hora de separarte un poco de nosotros para que conocieras un mundo diferente. /Te miré a los ojos y te dije: Hijo mío, aquí te enseñarán muchas cosas. “Aprenderás tanto y conocerás a muchos niños! / Teníamos tanto miedo de que lloraras al dejarte a la puerta del salón…pero tú nos miraste fijamente, nos regalaste un beso, y luego una sonrisa. Acompañado de tu maestra te alejaste hacia tu nuevo mundo. / Al salir de la escuela, mamá y yo nos miramos, y nos sentimos muy solos como si se hubiera ido nuestra alegría, nuestra razón de ser, nuestra mejor compañía. Nos miramos otra vez y sonreímos. Ese era el miedo que te queríamos evitar, y mira: son tus padres quienes lo sintieron.”
Recuerdo nuestras aventuras. Jugábamos mucho, cantábamos mucho. Lobito comenzó temprano con el gusto de la guitarra. La primera canción que le enseñé fue “Don´t let me down” de los Beatles. Tenía ritmo en la guitarra y nos la pasábamos de lujo. Ser padre es la mejor experiencia que podemos tener.
Cuando Manzanita llegó al mundo se repitió el sentimiento, pero con mayor fuerza. Le di todo mi amor también. Pero me preocupo más por ella que por Lobito por el tipo de sociedad en que vivimos. A ella le empecé a enseñar que tenía los mismos derechos que los hombres. Le enseñé que debía defenderse a sí misma y que podía tomar decisiones por sí sola. A ella, cuando tenía como tres años, le escribí lo siguiente: “Una tarde de verano mientras caminábamos por las calles de la ciudad, mamá tomó esta fotografía que refleja una hermosa pequeñita guiada por la mano de su padre. / He regresado muchas veces a observarla, y he encontrado otro significado: Es la historia de una pequeñita guiando el camino de su padre. / Cuando algunos años más tarde la encuentres en el viejo álbum de familia, espero que recuerdes todos los caminos por los que me llevaste cuando niña. Con amor: Papá.”
Uno trata de ser bueno, de ser sabio, de ser justo, de ser amoroso. Pero la vida nos lleva por caminos diversos. Algunos muy difíciles. Dicen que el hombre propone, pero Dios dispone.
Ellos, mis hijos, ya son mayores de edad. Toman sus propias decisiones. Sus propios caminos. Y nos agradecen muchas cosas…y otras nos las echan en cara. Creo que así es como la historia se repite. Pero lo importante es como se sienta uno. No todo es color de rosa. Pero lo importante es cómo nos sintamos en lo profundo de nuestro corazón. Yo me siento satisfecho.
Hace muchos años que leí lo siguiente y siento que así será por los siglos de los siglos. Lo que piensa el hijo del padre: “A los siete años: Papá es un sabio que todo lo sabe. A los catorce años: Me parece que papá se equivoca en algunas de las cosas que dice. A los veinte años: Papá está un poco atrasado en sus teorías; está muy anticuado. A los veinticinco años: El “viejo” no sabe nada... ya está medio loco. A los treinta y cinco: Con mi experiencia, mi padre a esta edad hubiera sido millonario. A los cuarenta y cinco: No sé si ir a consultar, con el viejo, este asunto. Tal vez pudiera aconsejarme. A los cincuenta y cinco: ¡Qué lástima que se haya muerto el viejo! La verdad es que tenía unas ideas y una inteligencia notables. A los sesenta: ¡Pobre papá! ¡Era un sabio! ¡Tenía razón en todo lo que decía! ¡Qué lástima que yo lo haya comprendido demasiado tarde!
Así es la vida. A todos los padres del mundo les digo: No importa cuánto se hayan esforzado por darles a sus hijos lo mejor. Nada vale. Ellos siempre tendrán algo en nuestra contra. Y también les digo, todo vale. Si tu corazón está tranquilo y satisfecho, esa es la mejor recompensa, aunque ellos no lo reconozcan. Los hijos no son malos, lo que sucede es que están en su búsqueda, y al hacerlo se van contra todo. Se van contra todos. Yo también pasé por esos caminos.
También es cierto que cometemos errores. Hay que reconocerlo. Pero si has tratado de hacer lo mejor por ellos, tu corazón estará tranquilo. Lo que sí me queda claro, aunque muchos no estén de acuerdo conmigo, es que una buena nalgada a tiempo puede a salvar a nuestros hijos de una mala decisión. Y también hay que seguir, yo lo he hecho, ese viejo adagio chino: Si quieres buenos hijos, hazlos pasar un poco de frío y un poco de hambre.
¡Feliz día del padre!