"Vivíamos de squatters en un piso
abandonado de Moratalaz.
Si no has estado allí no has visto
el paraíso terrenal.”.
Eva tomando el sol.
Joaquín Sabina
Ahora sí, lo prometido es deuda. Retomando los temas de mi columna de hace dos semanas “Salud emocional y cultura de paz”, abordaré uno de esos temas que ya vivimos o que llegarán en el futuro, así como ha sucedido en otros países avanzados.
El epígrafe de esta columna es parte de una de las canciones de Sabina que se encuentra en el álbum “el hombre del traje gris” puesto a la venta en 1988. Se trata de un disco muy particular con canciones algo oscuras inspirado en las vivencias del cantautor cuando andaba vagabundeando y escaseaba el dinero, y que, por cierto, es uno de mis álbumes favoritos, pues tiene canciones maravillosas como “quién me ha robado el mes de abril” y “nacidos para perder”, entre otras.
Escuchando dicha canción no imaginaba que el movimiento de los squatters de Inglaterra, llamado en España “movimiento okupa” llegaría a consolidarse como lo está ahora.
Los “okupas” son aquellas personas que no teniendo un lugar donde vivir buscan edificios o viviendas abandonadas y las utilizan como vivienda. El término surge en los años 80 emulando a la palabra “squatters” que ya se usaba en Inglaterra con la misma idea. La palabra “okupa” es una palabra que tiene un carácter político que define que la toma de un edificio abandonado no sólo es un fin, sino un medio para denunciar lo difícil que es el acceso a la vivienda.
Se dice que los españoles le dieron vida a este movimiento por los registros en materiales gráficos y audiovisuales que hicieron los holandeses de tal movimiento en su país, como formas de organización y enfrentamientos con la policía. Vieron y aprendieron las prácticas y movilizaciones del movimiento y lo adaptaron a su realidad social.
Además de la búsqueda de una vivienda, también el movimiento “okupa” hace uso de edificios abandonados para la realización de actividades y propagación de ideas en las que se busca crear actividades sociales, culturales y asociativas en los barrios donde viven para hacer conciencia de lo que viven y crear alternativas para mejorar.
Y como se puede observar en mi columna de hace dos semanas, también hay esos ciudadanos que no encajan en el movimiento y hacen uso de otro tipo de instalaciones “modernas” como son “las colmenas”, que son esos lugares tan pequeños de 3x3 metros cuadrados o aún más pequeños en los que sólo cabe su cuerpo acostado y por el que pagan una renta mensual. Podemos concluir entonces que eso no es una vivienda digna.
Aquí es donde caben todas estas reflexiones que he mencionado. Estoy seguro que en nuestro país también hay personas que no tienen acceso a la vivienda y que seguramente ocupan viviendas abandonadas. La diferencia es que todavía no es un movimiento social. Son casos aislados. Nosotros les llamamos “paracaidistas” de manera general. Pero no dudemos que en el futuro próximo se irá agudizando este problema hasta convertirse en un movimiento social organizado. Por ahora sólo tenemos a este grupo llamado “Antorcha campesina”. Desconozco si existen otras organizaciones.
La vivienda es un derecho humano. La ONU establece que una vivienda digna debe contar con agua, luz, drenaje, ventilación y materiales seguros en su construcción y debe tener un espacio vital suficiente. La OMS (Organización Mundial de la Salud) agrega que además de asegurar la salud física, debe propiciar la salud mental y reducir al mínimo el estrés psicológico. El promedio mundial de espacio vital por persona debería de ser de entre diez y dieciséis metros cuadrados por persona. Sin embargo, sabemos que hay muchas personas que siguen viviendo en condiciones por debajo del mínimo.
Es por ello que es fundamental prever y formular acciones para ir a la vanguardia en las políticas públicas. No tenemos que esperar hasta que se dé un estallido social y no se tengan las herramientas necesarias para enfrentar el problema. Desafortunadamente siempre ha sido los mismo con las autoridades, se trata de solucionar lo urgente, pero se soslaya lo importante que, en este caso, es la prevención. Recordemos el hecho de lo que resolvamos hoy tendrá una consecuencia dentro de veinte o cuarenta años.
Y, para terminar, me gustaría dejar sobre la mesa lo que alguna vez dijo Juan Pablo II: “El verdadero éxito de la globalización se determinará en la medida en que la misma permita disfrutar a cada persona de los bienes básicos de alimento y vivienda, educación y empleo, paz y progreso social, desarrollo económico y justicia.”
¿Lo podremos lograr?