"Los que aman profundamente
nunca envejecen, pueden morir
de vejez, pero mueren jóvenes”
Arthur Wing Pinero
Sabia virtud conocer el tiempo. A tiempo amar y desatarse a tiempo. Como dice el refrán, dar tiempo al tiempo. Que de amor y dolor alivia el tiempo.
Quién no conoce estas palabras escritas por el poeta y escritor mexicano Renato Leduc. Lo que muy pocos saben es que este poema nació de una apuesta en sus tiempos de estudiante universitario. Adán Santana, un gordo tabasqueño, como Leduc lo contó, lo retó para que en tres minutos hiciera una cuarteta, teniendo como pie de verso la oración “Hay que darle tiempo al tiempo”. Como no la pudo hacer, Renato tuvo que pagar el peso por la apuesta que habían hecho.
Como todos se rieron de la “revolcada” que le dio el compañero tabasqueño, Leduc, quien estaba herido en su orgullo, se llevó de tarea la frase hasta que logró escribir el tan emblemático poema que ahora conocemos y que después interpretaron, en una versión musicalizada por Rubén Fuentes, los queridos cantantes José José y Marco Antonio Muñiz.
Afortunadamente, Renato Leduc se dio el tiempo de escribirle al tiempo. Y ése es el tema que hoy nos reúne.
Era yo muy joven, creo, un adolescente, cuando adquirí un cassette, ¿se acuerdan de estos artefactos? La voz que hablaba decía que el tiempo no existe. El tiempo es algo inventado por los seres humanos. El tiempo no transcurre. Nosotros somos quienes transcurren. Ahí me di cuenta que eso era verdad. Más tarde Antonio Machado a quien conocí por la canción de Serrat, me lo confirmó: “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar. Pasar haciendo caminos. Caminos sobre la mar”.
Nuestro tiempo en la tierra es limitado. Seguramente dirán que es obvio. Pero no lo crean. Está comprobado que la gran mayoría de los seres humanos viven como si el tiempo no existiera. Viven postergando las cosas. Después regreso a la escuela, después me titulo, después le llamo, después la invito a salir, después me disculpo, después lo vemos. Después lo arreglamos. Todo lo dejamos para después. somos postergadores, o como se dice desde hace algún tiempo: procastinadores.
La procrastinación se define como “la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables.” Lo que nos lleva a una conclusión: pareciera ser que al no querer esas cosas que no nos gustan, las cambiamos por otras más agradables y hacemos como que aquellas no existen.
De acuerdo a los estudiosos, las personas que dejan (dejamos) todo para después no lo hacemos por flojera. Hay ciertos aspectos de nuestra psique que se encuentran anclados al no hacer lo que debemos hacer. Hay sentimientos de inadecuación, de frustración, ansiedad y baja autoestima, entre otros.
Se estima que la procrastinación crónica afecta, como mínimo, al 15 o 20 por ciento de la población adulta. En la población estudiantil, la cifra se elevada hasta el 50 o 90 por ciento.
Esto nos afecta de manera personal, por supuesto, pero si nos preguntamos si afecta y cómo afecta a nuestras comunidades, al gobierno, al avance o rezago de nuestra sociedad, el hecho de que las autoridades sean procrastinadoras, imagínense ustedes por qué no avanzamos. Y esto es lo que ha sucedido por años y años. Décadas, diría yo.
Sin embargo, la procrastinación gubernamental, tal vez no sea tal. Quizá sea una estrategia dejar las cosas para después o dejarlas inconclusas. De todas formas, nadie se dará cuenta. De todas formas, nadie se va a quejar. Y, de cualquier manera, de todas formas, me llevaré ese dinero.
Y si no creen nada de lo que les digo, sólo vean el rezago social que hay en nuestro país. Las deudas de los ayuntamientos. Las deudas del gobierno federal. Nos han dejado una deuda tan grande que, según dicen, afectará a los hijos de nuestros hijos. Personalmente creo que, si dejamos que este estado de cosas prevalezca, las deudas gubernamentales se irán pasando de generación en generación hasta el infinito. Y así nunca llegaremos a un equilibrio. Siempre estaremos balanceándonos como un malabarista en la cuerda floja sin poder concentrarnos más que en no dejarnos caer al vacío.
Es hora de dejar de ser postergadores. Yo, algún día dejaré este plano terrenal. Lo sé porque es natural. Lo sé porque se me ha ido el tiempo. Ni siquiera me di cuenta cómo llegué a esta edad. ¿Dónde quedaron esos pequeñitos a quienes dormía con canciones y con magia? Yo sí quiero un mejor mundo para ellos, y, por lo tanto, tengo que apurarme a entrar en acción. Y no se trata de resolver sólo mi problema. Porque este mundo, mi comunidad, es cosa de todas y de todos. Este es el momento de actuar en consecuencia. No después. después ya para qué. Después ya no estaré. Después el mundo seguirá girando. Comencemos con nosotros mismos y exijamos al gobierno que haga su parte para poder vivir en equilibrio, armonía, concordia, justicia social y desarrollar una cultura de paz.