"Este mundo nos pertenece a todos,
y todas las personas deberían
poder vivir con respeto y armonía.”
Michelle Yeoh
Nuevamente, el artículo anterior tuvo muchísimos comentarios. Hay quienes dijeron que las heridas emocionales, si bien influyen, también podemos decir que lo que vivimos en la infancia no nos define. Fue un tiempo que pasamos y al devenir adultos eso se puede corregir. Y claro, yo estoy de acuerdo. Infancia no es destino, y no lo contrario, como antes se decía. Todo lo malo que vivimos se puede resarcir, pero sólo trabajando en ello. Porque muchas veces vamos por la vida repitiendo los patrones que aprendimos desde niños. La carga generacional es muy fuerte. Tanto, que no nos podemos deshacer de ella. Hubo otros comentarios en el tenor de que no hay nada ni nadie que pueda enseñar lo que es el amor. En fin, yo lo único que puedo decir, es que no hay una verdad absoluta. Como seres imperfectos que somos tenemos muchas verdades. Obvio todas esas verdades son las que nos da nuestra propia óptica.
Pero lo que sí es importante, es buscar un punto de equilibrio para vivir en concordia y armonía a pesar de nuestras diferencias. Decía José Martí que “la felicidad existe sobre la Tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la práctica de la generosidad”. Y considero que así debe ser. Esos tres elementos son fundamentales, entre otros más, para llevar una vida de sana convivencia, ya sea entre dos personas, una familia o la comunidad.
Que todos seamos diferentes, eso es lo más normal. No hay nadie que sea exactamente como otra persona es. Siempre he dicho que la diferencia es sana porque eso nos hace ver las cosas desde otras ópticas, y al hacerlo así, nos da diferentes alternativas para solucionar cualquier situación adversa a la que nos enfrentemos. Aceptemos las diferencias de los demás. Eso nos enriquece. Pero lo que no se vale es la indiferencia.
El hecho de vivir en sana convivencia en comunidad también es una forma de amor que mostramos al lugar donde vivimos y a la comunidad con la que convivimos. Antes todos se conocían en las colonias. En mi caso, yo viví parte de mi infancia en la colonia de El Empleado. Todos nos conocíamos en nuestra calle y más allá. Recuerdo a todos. Doña Jesusita, que era la señora del catecismo, al Tribi, así le decíamos a Lorenzo, a Fernando, a los Quintero, que eran los que llegaban a caballo a vender leche, a don Margarito, el señor que hacía y vendía unos dulces de leche deliciosos, a César, Quique, Jorge… en fin, me podría pasar un buen rato nombrándolos. Pero el punto es que todos nos conocíamos y teníamos una sana convivencia. Salíamos a la calle a jugar bote pateado, al burro castigado, a las escondidillas, canicas, trompo… pero todo eso se fue perdiendo, al grado que hoy no nos conocemos con nuestros vecinos. También lo entiendo, porque la violencia se ha esparcido en todas nuestras comunidades y ya nadie confía en nadie.
Pero justamente eso quieren los que quieren que vivamos con temor e incertidumbre. Pero somos más los que queremos vivir en paz, en armonía y concordia.
Por esa razón debemos recuperar nuestros espacios y nuestra tranquilidad. No queremos vivir con miedo. Y al tratar de recuperarnos, debemos recordar algunas reglas de convivencia que debemos aplicar para vivir mejor en comunidad.
Preséntate si eres nuevo en la comunidad en donde vives. Eso hará que los vecinos sientan confianza; cuida los espacios comunes o compartidos. Eso hará que el vecindario se vea limpio y organizado, en lugar de verse como una zona de guerra; modera los ruidos y tu equipo de sonido, sobre todo, a deshoras. Evita ser molesto para los vecinos; invita al diálogo. En caso de conflictos, que siempre los habrá, lo mejor es actuar con prudencia para solucionar con mucha calma cualquier problema que surja; adopta una postura positiva y constructiva para que te tengan confianza; siempre debes mantener el sentido de comunidad. De esa manera siempre estarán unidos para velar por los intereses comunes; y por último, pero esto no es limitativo, cultiva las relaciones personales basadas en la cordialidad para propiciar el bien de tu comunidad.
Estas son sólo algunas propuestas para regresar la concordia, las buenas costumbres y la armonía a las comunidades donde habitamos. Sólo así comenzaremos a reconstruirlas.
Es un hecho que la convivencia no es sencilla, menos en estos tiempos, pero es necesaria para vivir en armonía con nuestros vecinos. Respetar para ser respetados. Debemos tener tolerancia a las diferencias. No todos pensamos igual, ya eso quedó claro. Pero hablando civilizadamente podremos lograr mucho. Recuerda aquel dicho que dice “se consigue más con miel que con hiel”.