"Soy amigo de mis amigos,
pero soy más amigo de la verdad.”
Aristóteles
Tenía quince años. Acababa de entrar a la preparatoria. En esos tiempos nos enfrentamos a la “perrada”, costumbre de aquellos años en la que a todos los recién ingresados nos tuzaban o trasquilaban y nos dejaban el cabello de tal manera que no había más remedio que raparnos completamente. A quienes no se dejaban, les cortaban el cabello dejándolos como Miguel Hidalgo y lo obligaban a subirse en alto y dar el “grito de independencia”.
Obviamente, era una “tradición” absurda y cavernaria, pero que al final aceptábamos y se repetía al siguiente año con los de nuevo ingreso. Era una costumbre, como siempre he dicho, de manifestación de la cultura de la violencia. “Si me la aplicaron a mí, ahora me toca aplicarla.”
Yo también vengo de esa cultura de la violencia. No puedo negarlo. Pero afortunadamente tuve amigos y maestros que me hicieron ver la vida de otra manera. Gracias, Nacho, Sergio, Juan Carlos, Fernando, Pedro, Paco, Memo y Jaime, quienes siempre fueron, además de grandes amigos, un ejemplo. A ellos, porque siempre fueron los más cercanos. Y también les agradezco a mis amigas cercanas: Ana Luisa, Irma, Sandra, Mayté, Carolina, Julia y Lulú.
Uno de esos maestros que me regaló su sabiduría y amor a la vida fue el de filosofía: el Maestro Armando del Castillo. Sus clases eran maravillosas. Y las lecciones de vida que me dejaron permanecen todavía en mi corazón.
Yo siempre participaba en su clase, y algunos pensaban que yo era algo así como el estudiante favorito del profesor. Yo me sentía halagado cada vez que preguntaba algo y siempre contestaba. Siempre que regresaba a casa me ponía a leer el libro de las doctoras García Tuduri o el de Raúl Gutiérrez Sáenz. Así que siempre estaba listo para cualquier pregunta que lanzara mi maestro de filosofía.
Sin embargo, un día, seguramente yo había hecho algo malo, pero en serio no recuerdo qué fue, y mi maestro levantó la voz, me regañó frente a todos y me sacó de la clase. Mi corazón se acongojó tanto y me sentía tan mal de que me hubiera hecho eso que me sentí perdido. Al final de la clase, el maestro me vio en el pasillo, se aproximó y me dijo: “usted es una buena persona, pero por su comportamiento de hoy, sé que está teniendo problemas en casa. le voy a pedir que no se meta en los problemas de sus papás. Usted no puede hacer nada. No tiene poder de decisión. Usted trate de vivir su vida de la mejor manera posible. Todo lo demás será como tenga que ser. Disculpe que lo haya tenido que sacar de la clase.
Yo le agradecí profundamente a mi maestro que se haya acercado a mí y me dijera lo que me dijo. Ahí entendí muchas cosas. Y, además, ¡brujo! Efectivamente, estaba pasando una crisis existencial como muchos jóvenes de esa edad.
En una de sus clases, cuando nos habló de Platón y sus teorías idealistas de cómo concebía el mundo, también nos habló de uno de sus discípulos cuyo nombre era Aristóteles. Aristóteles al continuar sus estudios filosóficos se convirtió en un “racionalista”. Él, al contrario de Platón, decía que el conocimiento se adquiría por la experiencia vivida. De hecho, se convirtió en adversario de su maestro al ir en contra de sus teorías. Ahí nació este dicho, que, dice: “Amicus Plato sed magis amica veritas”, que significa literalmente: "Amigo (es) Platón, pero más amiga (es) la verdad", y que con el tiempo fue cambiando a lo que dice el epígrafe de esta columna: “Soy amigo de mis amigos, pero soy más amigo de la verdad”.
Así que desde la prepa traigo tatuada esa frase en mi corazón, y trato de actuar en consecuencia.
En mi artículo de la semana anterior recibí algunas críticas y comentarios negativos sobre mi defensa a la equidad de género. Y las acepto, sin embargo, así como he reconocido las costumbres y acciones machistas de las que yo, en un momento dado también participé, porque así eran las cosas, y no me daba cuenta de lo malo, también debo reconocer que esos tiempos ya tienen que desaparecer, así como pasó con la “perrada”.
Sé de muchos hechos en los que algunas mujeres han sido acosadas sexualmente por sus jefes, y que están dispuestas a hablar para que eso ya no le suceda a nadie más.
El caso de la Dra. Carlota Olivia de las Casas Vega, quien se amparó para poder participar en la elección de director/a, es un ejemplo de que la participación de la mujer es esencial para vivir de una manera equitativa sin dar privilegios de más al género masculino. El hecho de no permitirle el registro, y luego reconsiderar que siempre sí podía registrarse, sólo muestra, una vez más, que hay “alguien” que quiere imponer su voluntad.
La vida democrática nos incluye a todas y a todos. Ya no es deseable, aunque siga existiendo el hecho, de pretender que sólo un grupo, el que está en el poder, siga haciendo de las suyas.
Y cierro esta columna con la opinión de mi Maestro Guillermo Guzmán de León sobre mi columna anterior, que me parece muy certera: “Considero que la mujer debe tener la misma oportunidad de educación profesional, salud, igualdad laboral, entre otros derechos. Y es muy importante resaltar que mientras la mujer siga dependiendo económicamente del varón, seguirá siendo víctima del machismo.”
Al buen entendedor. Pocas palabras.