"El educador es el hombre que hace
que las cosas difíciles parezcan fáciles.”
Ralph Waldo Emerson
Nuevamente, como siempre sucede, hubo muchos comentarios, críticas y propuestas sobre mi artículo pasado, y como siempre, publico algo de lo que me piden para abrir hilo, como dicen ahora.
Antes se veía al maestro como un prócer. Un héroe de las comunidades, un sabio a quien se podían dirigir para tener una opinión de alta valía. Y ahora, me comentan, ya no hay respeto para el mismo. Su personalidad se ha devaluado tanto que padres de familia y alumnos le han perdido el respeto, tanto, que, además, hay noticias que podemos constatar en las redes en las que han sido agredidos por padres de familia y alumnos por igual.
No puedo decir que esto no es verdad. Ahí están las pruebas. El último fue un maestro en Estados Unidos, que le llamó la atención a una alumna, quien, por estar ocupada en su celular, no ponía atención. Se lo quitó, y la alumna, enojada, le echó gas pimienta al profesor para que se lo devolviera.
Afortunadamente esta estudiante enfrenta cargos ante la Policía y se espera que pague con todo el rigor de la ley. Aunque debo decir que tampoco estoy a favor de esto al cien por ciento. Habría que estudiar el caso desde todos los ángulos posibles.
Vivimos en otros tiempos. Tiempos en los que urge que implementemos estrategias para desarrollar una cultura de paz. Lo he mencionado desde hace muchos años, y en los seis que he publicado mi columna en esta casa editorial.
Hemos permitido, gobierno y sociedad civil, que la cultura de la violencia se haya desatado desde hace mucho tiempo. Basta escuchar la facilidad con la que se expresan en los medios de comunicación, tradicionales y actuales con palabras altisonantes, injurias, mentiras, fake news o noticias falsas. Los comentarios de figuras reconocidas en la televisión o en la radio, los influencers en los medios sociales; las canciones actuales, sobre todo, en ese género llamado reggaetón. Las opiniones generales coinciden: “sus letras son muy simples y de una ínfima calidad poética. Sus mensajes son denigrantes y deshonrosos y promueven una forma muy poco sana de comprender el mundo y las relaciones humanas, y tiene fuertes críticas por la cosificación de las mujeres en sus letras machistas y por la violencia que destilan algunas de sus canciones.”
Y créanme que no me espanto. Cuando era niño ya me cuestionaba sobre la calidad de algunas canciones que escuchaba. Julio Jaramillo cantaba “te puedes ir a donde quieras. Con quien tú quieras, te puedes ir. Pero el divorcio, porque es pecado, no te lo doy.” Mensaje que iba dirigido especialmente a las mujeres para que aguantaran a su pareja, a pesar de la infidelidad y la degradación como persona. O si escuchas, del “príncipe de la canción” ésta: “Cuando vayas conmigo, no mires a nadie, que tú sabes que yo no consiento un desaire, que me sienta muy mal, que tú vuelvas la cara cuando tienes al lado a quien tanto te ama”. Habla de la inseguridad del protagonista de la historia. No voltees a ningún lado porque, además de enojarme, me siento inseguro. Siento que alguien te importa más que yo.
Pareciera que me he desviado del tema, pero no es así. Todos somos producto de nuestros propios pensamientos. Pero esos pensamientos se derivan de algo. De la cultura que tenemos. De la cultura que nos enseñan desde el nacimiento. Y en ella intervienen nuestra familia, nuestros amigos, la escuela, y toda la sociedad en general. Somos un producto.
Y como mencioné en mi artículo anterior, tenemos que cambiar el paradigma. Y la escuela puede ser el comienzo. Los padres no estudiamos para ser padres, pero quien se dedica a la noble y loable labor de la enseñanza decidió hacerlo por amor a la educación, se supone. Así que, como siempre he sostenido, un maestro o maestra tiene más poder que un padre o madre de familia para construir o destruir a un estudiante.
Mi propuesta es muy sencilla. Revisemos los programas y protocolos escolares y adaptémoslos a los tiempos que vivimos. Más que autoritarismo en las aulas, se debe construir un acuerdo democrático de convivencia en la que participen todos los involucrados, padres de familia, estudiantes, maestros, directivos y trabajadores administrativos. Y en ese acuerdo de convivencia, implementar la mediación escolar que servirá, precisamente, para gestionar de una manera más civilizada y armónica los conflictos que se puedan llegar a suscitar, y llegar a acuerdos para convivir mejor. Eso ayudará a convertir a los involucrados en personas con un desarrollado pensamiento crítico y así podrán discernir y criticar, de manera real, todo lo que leen, ven y escuchan para ser mejores personas.
Y si mi propuesta no funciona, busquemos otra u otras soluciones. Dos cabezas piensan más que una. Pero no nos quedemos viendo solamente, como un espectador, como va cayendo y destruyéndose nuestra sociedad. Seamos protagonistas.
P. D. Seguiré escuchando las canciones y autores que me gustan, pero como siempre lo he hecho, pensando en la letra y en sus consecuencias para mi alma y mi espíritu. Porque si dejo que el mensaje de una canción con una letra misógina, violenta, o de codependencia con mi pareja se impregne en mi cerebro, entonces seré eso: producto de mis propios pensamientos (negativo-destructivos).
¡Salvemos la educación!