"Una comunidad se desintegra en cuanto consiente
en abandonar al más débil de sus miembros”.
Amin Maalouf
Se dice que el significado original de la palabra en latín communitatem "sentimiento de comunión" pasó a significar "un grupo específico de personas con un interés en común" durante la Edad Media. Sin embargo, la definición de la Real Academia Española ha acoplado esta palabra a varios significados que resultan interesantes. Entre ellos, la RAE nos dice que es la cualidad de lo “común”; conjunto de las personas de un pueblo, región o nación; conjunto de naciones unidas por acuerdos políticos y económicos, por ejemplo, la comunidad económico europea. Todas estas definiciones convergen en la que más me gusta: comunidad es el conjunto de personas vinculadas por características o intereses comunes, por ejemplo, una comunidad educativa.
Y no solamente se hace comunidad por intereses varios. También, una comunidad es el conjunto de personas que viven bajo ciertas reglas, normas u ordenamientos que corresponden a un territorio determinado.
La comunidad no se refiere únicamente a las personas que viven en un mismo territorio, sino que, además, comparten ideologías, intereses, se aporta y se recibe información para poder vivir mejor y desarrollarse como eso. Como comunidad.
La comunidad forja lazos de confianza, hay propósitos compartidos, la comunidad nos da identidad. Un sentido de pertenencia. Construye un patrimonio común y fortalece y desarrolla la cultura. En una comunidad se aprende a socializar, se desarrollan valores, como la integración, el respeto a las diversas creencias e ideologías, y, de hecho, se desarrolla también la participación y el colaboracionismo para tener un mejor lugar donde vivir.
Yi-Fu Tuan, geógrafo y filósofo chino, afirma que la comunidad vecinal compuesta por los habitantes de una población nace de dos sentimientos integradores: la topofilia, que es el vínculo que une a las personas con un lugar geográfico, por ejemplo, el lugar de nacimiento. y el civitio, que es el sentimiento de pertenencia a un grupo con el que se comparte una identidad común. También hace mención que una comunidad no necesariamente tiene intereses comunes. Todo esto lo cuestiona en uno de sus muchos libros llamado: “Who am I?” (¿Quién soy yo?), en el que hace un “examen de conciencia exponiéndose como persona sin raíces civíticas, como viajero constante que llamó hogar a una ciudad tras otra a lo largo de su vida. Su desarraigo se completa al sentirse también socialmente a la deriva por la razón de estar soltero y sin familia, la única patria que por sí misma proporciona estabilidad al individuo.”
Luego entonces, nosotros nacimos en una comunidad determinada en la que nos fuimos desarrollando y de la que obtuvimos valores, costumbres y creencias. Mi topofilia es Cuernavaca y mi civitio o mi sentimiento de pertenencia a mi ciudad y a mi país es algo de lo que siempre me he sentido orgulloso.
Puedo hablar de muchas costumbres que he adquirido durante toda mi vida. Algunas han sido positivas y otras las he tenido que cambiar para adaptarme. Y, además, es entendible. La vida es dinámica.
Pero como ya lo he mencionado en otras disertaciones, el sentimiento de comunidad se ha ido diluyendo en estos tiempos que vivimos. Pertenecemos a una comunidad porque vivimos en ella, pero no hay nada que compartir. No hay sentimientos que nos hagan sentir esa pertenencia. No hay nada que nos una. Por lo menos esa es mi percepción.
Los estudios actuales confirman que la epidemia del siglo XXI se llama soledad. Y se afirma que a nivel mundial una de cada tres personas se siente sola. La pregunta es cómo es posible que haya soledad en estos tiempos de desarrollo de los medios sociales de comunicación y de internet y todas sus plataformas existentes.
Y, sin embargo, se siente la soledad.
El Centro de Internacional sobre el Envejecimiento, CENIE, publicó hace dos años un artículo que afirma que la soledad, junto con el estrés y la obesidad, es una de las epidemias más graves del siglo XXI. Y, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística de España para 2035 uno de cada tres hogares será unipersonal.
Esto nos tiene que hacer pensar en lo que está viviendo nuestro país. Las cosas tampoco están bien.
En México, la soledad es un mal que ataca más a los adultos mayores, por la salida del mercado laboral, sus limitaciones físicas cada vez más frecuentes y por la muerte de personas allegadas, entre ellos, la pareja. Según cifras del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, en México por cada viudo hay tres viudas. “Los hombres cuando quedan viudos, tienden a tener otra relación, a tener segundas nupcias, lo que hace que de alguna forma con su pareja mantengan una red social”, señaló Liliana Giraldo, investigadora del Instituto Nacional de Geriatría. No así las mujeres. Quienes al quedar viudas difícilmente vuelven a vivir en pareja.
Pero en el caso de los jóvenes, la situación se vuelve cada vez más alarmante. Más detalles en nuestra próxima columna.