"Y hoy, más que nunca, es preciso soñar.
Soñar, juntos, sueños que se desensueñen
y en materia mortal encarnen”.
Eduardo Galeano
De verdad que todos los comentarios y críticas que me llegan sobre mis escritos los agradezco de corazón. Me nutren mucho y me hacen pensar y repensar sobre lo que nos acontece y vivimos.
Hace unos días recibí un comentario de una amiga y lectora italiana. Me comentaba que después de leer mi columna anterior se puso a pensar en muchas cosas. Obviamente, cosas que le habían llamado poderosamente la atención. Y, que, en mi caso, yo también lo había notado cuando vivía en Europa.
Ella vive en una ciudad llamada Monfalcone y allí hay una comunidad “extracomunitaria”. Así le llama mi amiga. Veamos: es una comunidad bengalí de aproximadamente quince mil personas que trabajan en la región y que no conviven con los italianos. Sólo conviven entre ellos, se reúnen, tienen fiestas, salen a pasear con su pareja, hijos y amigos, y, por supuesto, utilizan los espacios públicos como parques, plazas y jardines para dichos fines. No hay relación alguna con los nativos. Es decir, con los italianos de Monfalcone. Además, algo que ya venía venir desde los años ochentas, los europeos ya no quieren tener hijos. Mejor dicho, ya no tienen hijos, y los migrantes de países no europeos han llegado y su comunidad ha ido creciendo tanto que están desplazando a los italianos.
¡Bum! ¡Mi cabeza estalló! Es justo lo que está pasando en nuestras comunidades. Permítanme explicar.
También nosotros tenemos comunidades “extracomunitarias”. También nosotros estamos siendo desplazados. Y es muy sencillo explicarlo. Antes, como mencioné en mi columna pasada, todos compartíamos el espacio, los intereses, la vecindad, la ideología, la religión, la empatía y la solidaridad hacía los demás. Pero al paso del tiempo comenzaron a llegar personas malas, personas violentas y se fueron apoderando de nuestras comunidades a tal punto, que, comprobamos ahora, en cualquier lugar puede haber un levantón, un robo, un asesinato o cualquier acto delictivo. La delincuencia y la maldad representada por todos aquellos criminales, son esas comunidades extracomunitarias que ya se apoderaron de las calles, de todos los espacios públicos, y por eso vivimos con miedo. Ya no queremos salir o a ciertas horas sabemos que habrá peligro en las calles y por esa razón la gente no sale, y tampoco quieren que sus hijos lo hagan.
En el caso italiano, lo que se tiene que hacer es perder el miedo y convivir con esos migrantes que llegaron y que, por necesidades de trabajo, llegaron a ese país que les ofreció una oportunidad para salir adelante. Pero en el caso nuestro, es de fundamental importancia la participación de las autoridades a través de políticas públicas y participación de los cuerpos de seguridad para acabar con esa comunidad “extracomunitaria” que nos está haciendo daño.
La violencia y la inseguridad se han adueñado de nuestro entorno obligándonos a encerrarnos, a aislarnos, a evitar la convivencia porque puede uno no regresar a casa víctima de la delincuencia.
Pero no podemos ni debemos seguir en esa dinámica. Debemos hacer renacer nuestras comunidades y sus fines.
Una comunidad, o ser parte de una comunidad, da un sentido de pertenencia. Me da la certidumbre de no estar solo, la comunidad va tejiendo lazos de convivencia y de confianza. Y tal vez no lo crean, hasta plusvalía le da a nuestro entorno porque hay un equilibrio social. No hay robos, la gente tiene pintadas sus propiedades, no hay propiedades “grafiteadas” ni destruidas, se va construyendo un patrimonio común, se da una cultura del autocuidado y del cuidado a los demás para tener bienestar y armonía.
Salvo tu mejor opinión, es bueno y deseable volver a ser parte de una comunidad.
Comencemos.