"La guerra es la salida cobarde
a los problemas de la paz”.
Thomas Mann
Tenía veintiún años de edad, vivía en China, algunos de ustedes saben que estuve becado en ese país por dos años, y en ese momento ya iba por el segundo; todas y todos los estudiantes ya estábamos acostumbrándonos a la vida de allá, al pueblo chino, a su comida y a sus costumbres, y, también, por supuesto, a los estudiantes extranjeros con quienes vivíamos en las instalaciones del Beijing Yuyan Xueyuan, es decir, el Instituto de Lenguas de Beijing.
Nos conocíamos todos. Teníamos amistades de diversas nacionalidades, y, naturalmente, también ya había relaciones sentimentales diversas de extranjeros con extranjeras.
Todo marchaba como cualquier comunidad. Unos participaban más que otros, otros participaban más que unos en las actividades comunes, a algunos les gustaba participar en actividades deportivas o sociales para compartir la vida, y así se iba construyendo comunidad. Todas y todos éramos como hermanos.
Era una comunidad en la que había todo tipo de conversaciones y formas de vida en otros países, sin criticar. Tratando de comprender que cada país es diferente del otro.
Las relaciones sentimentales también tenían sus bemoles, porque cada quien tenía sus costumbres y formas de llevar una relación. Había conflictos como en toda sociedad humana, pero era más fácil entender las diferencias entre extranjeros para poder vivir en paz. También aclaro que, obvio, había relaciones sentimentales muy extremas en las que se tuvo que poner un alto para no llegar al caos. Hubo una relación entre un sudanés y una estudiante de Estados Unidos, que acabó muy mal. Pero, en general, había más tolerancia y concordia.
Todos los jóvenes estudiantes, hombres y mujeres, llevábamos una vida tranquila y de entendimiento y tolerancia en la convivencia. Todos éramos como hermanos.
Pero un día, en el verano del 82, nos enteramos, por una mexicana que tenía un novio palestino, que todos ellos, los estudiantes palestinos, habían sido llamados para ir a la guerra. A esta guerra se le llamó la Guerra de Líbano, o llamada por Israel “Operación paz para Galilea”. Todos nos quedamos perplejos. Les dijimos a nuestros amigos que como eran estudiantes podían quedarse en China y no participar de esa guerra. Ellos eran tan cercanos a nosotros que sentimos un pavor tremendo. Era como si me dijera alguno de mis hermanos que se iba a la guerra.
No pudimos hacer nada. Despedimos a nuestros amigos con un sentimiento de impotencia, dolor e incertidumbre y lloramos como cualquiera de ustedes al saber que alguien muy cercano parte a una guerra absurda con muchas probabilidades de no regresar nunca.
Eso fue lo que pasó. Casi al terminar el año, algunos de nuestros amigos regresaron. Unos, pocos, muy pocos, regresaron ilesos. Otros llegaron con alguna amputación, otros… no regresaron.
Fue un shock para todos nosotros como jóvenes estudiantes. Yo nunca voy a entender haya guerras. Y que los que sufren más son los que participan en la guerra físicamente. Los gobernantes, los políticos y hasta sus hijos en edad de ir a la guerra, se salvan.
Todas las guerras son un absurdo. Y como dice el epígrafe que comienza esta columna, “la guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz”.
No es posible que en pleno siglo XXI sigamos teniendo estos conflictos internacionales, y de todo tipo, diría yo. Tanto se ha avanzado en tecnología y tecnologías de la información que no se pueda hacer lo mismo en materia social y de derechos humanos. Es absurdo que siga habiendo este tipo de conflictos. Lo entiendo, como decimos en mediación: el conflicto es parte de la naturaleza del ser humano. Si tengo problemas para entenderme a mí mismo (problemas intrapersonales), cómo no van a existir los problemas entre otros y yo cuando no vemos el mundo de la misma forma (problemas interpersonales).
Por eso debemos aprender a gestionar el conflicto. Estudiar nuevas formas para dar una solución que favorezca a todas las partes, porque todos tienen razón y todos podemos estar equivocados. Todos somos responsables de lo que acontece. Y lo peor es la indiferencia porque el “razonamiento” es que “esa guerra no nos afecta. Eso está pasando en otro país”.
Gandhi lo expresó así: No hay camino hacia la paz; la paz es el camino. Y, efectivamente, tenemos que implementar formas que prevean el conflicto, y las hay, no hay que inventar el hilo negro. No esperemos hasta que estalle el problema social
La paz no es la ausencia de guerra, así es como hemos vivido hasta ahora. En ciclos. Ahora estamos bien, y al rato estalla, “de repente”, el conflicto. La paz debe ser el respeto a los derechos de las personas, es igualdad, es diálogo, es respeto y convivencia.
Las diversas violencias son responsabilidad de todos nosotros como seres humanos, así como de las instituciones. Es un trabajo que debemos realizar todos los días, en cada pueblo, en cada colonia, en cada barrio, en cada ciudad. Todas y todos debemos construir la paz.
Seamos tolerantes a la diversidad de ideologías. Tenemos derecho a una vida armónica, sin miedo. Una vida digna para cada uno de los seres humanos.
Y hay, en mi opinión, además de la implementación de políticas públicas adecuadas, dos lugares para comenzar: la casa y las escuelas.