"Todo hijo cita a su padre
en sus palabras y obras”.
Terri Guillemets
Todos los que tenemos hijos, padres y madres, en algún momento de nuestras vidas, nos tendremos que enfrentar a una situación dolorosa, pero necesaria: la partida de nuestros vástagos.
Este hecho trae como consecuencia, para los padres, lo que se llama el síndrome del nido vacío, el cual, dicen, se caracteriza por la presencia de diferentes síntomas físicos y emocionales, los cuales tienden a aparecer después de que los hijos abandonan el hogar. Entre esos síntomas se encuentran la depresión, la sensación de pérdida de propósito en la vida, sentimientos de rechazo, excesiva preocupación por los hijos, estrés y ansiedad. Y en cuanto a la duración de esos síntomas, se dice que lo máximo son seis meses. Si pasa de ese tiempo, lo mejor es acudir a un especialista.
Los padres de familia sabemos que nuestros hijos un día se marcharán. Es la ley de la vida. Y, además, es lo mejor para que ellos maduren, se enfrenten a la vida y comiencen a crecer como verdaderos adultos. Y debemos recordar que esa es la función de nosotros. Enseñarles a nuestros hijos e hijas a enfrentarse a la vida. A ser independientes y autosuficientes.
Entiendo que soltar a los hijos es muy duro, terrible, difícil. Como padres pensamos que tal vez no es hora de que se vayan. Pensamos que todavía nos necesitan. Sentimos que no van a poder enfrentarse a la vida. Pero, tal vez, en realidad, no queremos soltarlos porque tenemos miedo de enfrentarnos a nuestra realidad. A nuestra propia soledad.
También es importante mencionar que el impacto no es igual para todos. Una pareja lo sobrelleva apoyándose entre ellos. Lo cual mitiga un poco más el dolor. Se hacen compañía. Pero para una madre o un padre soltero duele muchísimo más. Por eso es importante buscar ayuda cuando se considere necesario.
En mi caso, como padre soltero sí ha sido más difícil. Después de despedirme de mi hija en el aeropuerto, al llegar a casa sentí de inmediato la soledad y el silencio. Siempre que llegaba a casa preguntaba: ¿hay alguien ahí? ¿Dónde está mi hijita linda? Y como siempre, el primero en recibirme era Shay, el perro que adoptó mi hija, y ella se encontraba escuchando música y haciendo su tarea. Pero esa vez no había nadie. Esa noche fue dolorosa. Pero me animaba diciendo que para ella estaba bien. Llegaría a un lugar nuevo y maravilloso. Además, siempre había animado a mis hijos a irse a otro país. Yo les contaba mis historias de estudiante en el extranjero. Les decía que probaran y que ellos debían crear su propia historia. Su propia leyenda.
Todo eso ayuda, pero el dolor llega. Y como dice Boris Cyrulnik, mi autor favorito en el tema de la resiliencia: “el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”. Así que decidí aceptar el dolor, pero me prometía que no iba a sufrir. Al contrario, pensar en la felicidad y los logros de mi hija, sería mi medicina contra el sufrimiento.
Aun con eso, al paso de los días me empecé a sentir extraño. Pensé que estaba entrando en una etapa de depresión. No quería hacer nada. Me dolía todo el cuerpo. Nada me importaba. Lo único que quería era dormir. A pesar de eso hacía lo que tenía que hacer. Pero cuando ya no pude más fui a ver el médico, a quien, después de revisarme, le pregunté si estaba entrando en depresión. El médico, que es también uno de mis mejores amigos, se me quedó viendo atentamente y con una voz seria me contestó que no, que no tenía depresión alguna, que lo que yo tenía era dengue.
Nos reímos un buen rato, me dio tratamiento, nos dimos un abrazo y nos despedimos.
Como sugerencia para esos padres, les recomiendo que no se dejen llevar, platiquen con los amigos y amigas, salgan, diviértanse, hagan algo que ocupe su mente de manera positiva. La ausencia de los hijos también es un duelo.
A pesar del dolor, lo más noble, lo más adecuado, lo más sabio es dejar ir a nuestros hijos. Un día escuché estas palabras en voz de una mujer y me pareció adecuado transcribirlas en este artículo. Es un poema de Gibrán Khalil Gibrán: “tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma. / No vienen de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo, no te pertenecen. / Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos. / Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellos viven en la casa del mañana, que no puedes visitar, ni siquiera en sueños. / Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerles semejantes a ti, porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer. / Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados. Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea para la felicidad.