De musas
Soy musa y me alquilo con alguien valiente que me aloje detrás de un librero. Me basta una pequeña sombra para no dejar de ser quien soy. La luz franca es dañina para los que me sueñan y con los que sueño. Me lanzaron fuera de la casa de un poeta muerto de extraña enfermedad: se moría de miedo. No quiso su esposa, contagiada hasta el pelo, lidiar con la dama amante de su hombre, por más que se demuestre mi esencia intangible, libre de hongos, bacterias y virus, ponzoñas y uñas, pócimas de encantamiento, secreciones vaginales, perfumes brujeriles, cantos de sirena y flechas envenenadas. Yo solo habitaba la maleta de un hombre experto en palabras que daba conferencias y enamoraba escuchas. Viajaba con él en un ojal de la solapa de su traje, por si el silencio lo apresaba, por si una mujer con falda lo distraía de su destino, por si de pronto se deprimía.
Y no es justo, señores, no lo es: que una dama sin cuerpo, que ni alimento consume ni exige de Francia los perfumes ni es experta en besos ni entorna los ojos, seductora, haya sido despedida porque el poeta ha muerto de miedo alojado en sus pulmones. Honor mínimo merece la que pare versos en su vientre invisible, sin pedir copas de vino, sin exigir galanuras de un hombre al subir al coche, testigo muda de sus carnavales sobre almohadas y jacuzzis tibios, esperándolo siempre en la portada de un libro, en el filtro del cigarrillo o detrás de su oreja, desde donde murmuraba mis consejos y endulzaba sus amargos trances.
Por la calle como can sin dueño busco la ventana del estudio de algún vate no contaminado. A ellas no las busco porque las respeto. Cada mujer es musa de sí misma; se llevan dentro como preciadas joyas.
¡Soy musa y me alquilo! Corran la voz por las calles solas tan llenas de miedo. Soy musa y la vida me corre las venas, tan viva e inmune ante cualquier pandemia.
¡Soy musa y me alquilo!
De insurrectos
Saldré y no pueden detenerme. Si en esta me muero que sea caminando, con la guitarra cruzada en mi espalda como carrillera y la sonrisa en ristre. Hacen falta en la plaza mis canciones. Habrá testarudos como yo que las escuchen, amantes del sol y las palomas. Alguien debe alimentar la alegría, alguien debe asumir la vocación de alpiste y mantener viva la sonrisa bajo este cielo que no ha perdido el brillo. Si me encuentran por la calle pueden cambiar de acera porque corren el riesgo de mi abrazo, puedo contagiarlos de optimismo y los señores del miedo acusarlos de cómplices. Si caigo en el intento no vengan conmigo, mantengan la distancia y opriman los frascos de antibacteriales. Que me corten la cabeza por ser tan engreído y la cuelguen de una esquina del gran palacio de piedra; desde hace mucho no se pone un escarmiento de tal talla en este pueblo, hace falta un buen mensaje a los insurrectos que desafían la muerte porque aman la vida. Si sobrevivo, seguiré cantando con entusiasmo hasta que el planeta se sacuda con más fuerza, hasta que tomen el poder los filósofos y bajen la cabeza los señores feudales. Sé que sueño, pero muero en mi utopía y seguiré por sus caminos verdes plenos de cánticos y oasis. ¡Soy un cantor de canciones limpias! ¡Pidan! Canten conmigo mientras llega el momento de abrazarnos por las calles.
De visitas a la abuela
Cuando salga, madre, saldré a la calle en busca de los abrazos que no he dado. Visitaré a la abuela, escucharé sus historias repetidas hasta aprenderlas de memoria. Le diré a la gente que la quiero mirándola a los ojos, sin aparatos electrónicos interviniendo el mensaje; a la que no soy capaz de querer desearé que reanuden su camino de la mejor manera. Tomaré un café con aquel chico y le robaré un beso que antes le negué. Pero no callaré más, nombraré por su nombre a mis emociones, echaré a andar mis verdades, pondré en vertical mis convicciones y depuraré mi lista de contactos. Voy a terminar con las distancias cuando salga, empuñaré una azada y plantaré árboles en los patios aunque no sean míos, me quitaré de encima lo que sobra, limpiaré mis ojos infectados de pantallas y virus consumistas, terminaré para siempre con el discurso del miedo y llenaré de luz mis pensamientos. Cuando salga, madre, te preguntaré a dónde quieres caminar conmigo, de qué sabor compartiremos un sorbete y cuál es el verde que te gusta de los muchos que nos rodean. Mientras tanto, señora de todos mis segundos, mira cuánta luz nos entra desde afuera. No puede haber un dios furibundo en esa inmensidad de espacio, no debe. Cuando salga será una aventura cualquier calle y ojalá menos criminales las habiten, ojalá también la estupidez se guarde, y la ignorancia y los perversos y los que pintan con grises las miradas. Por lo pronto, escuchemos, hay un concierto gratuito de silencio intervenido por el canto de los pájaros.
De roedores
Los he escuchado roer bajo la escalera. Vienen y van por la casa amparados en su invisibilidad. Llegaron el día en que se decretó la fase dos. Puse trampas para ellos por todas partes, pero son astutos, viven de esto y comen del terror de la gente. Sé que es inútil intentar alejarlos, pero mi familia tiene angustia. En las viejas tradiciones se habla de una única manera de vencerlos: hay que cantar, en coro y en voz alta y melodías alegres. Tuvimos que quitarle a la abuela su rosario, porque nada les encanta más que los tonos suplicantes. Cantamos juntos cada hora y sorbemos tragos de agua cada media. Los venceremos pronto. Lo sé.
A una ventana
La ventana es el mundo, mamá.
Del albañil dime el nombre. ¡Dilo!
Agradecerle quiero ese hueco de vida,
la ausencia de piedras,
la rebanada de luna y su risa de luz,
su conejo escondido que asomará la oreja
y brincará en el cielo
cuando pase la tormenta.
¿Sabías, madre, que la ventana
es la dueña del aire
y la veneran los serenateros
que resisten los virus de las modernidades
y aún se plantan bajo los balcones
por una mirada de la chica linda
que aunque fue a la marcha
gusta de canciones de amores y vientos?
¿Sabías de mis fugas
por esos paisajes que enmarca el cuadrado
sin piedra y cemento,
y que por las noches
cuando todos duermen
se abren las cortinas
para que entre un cuento?
¿Sabías que si estiro la mano
caen virus del cielo, bienaventurados,
y juego con ellos a que los infecto
de amores y risas cuando me respiran?
¿Por qué lloras, madre?
¿Es por el abuelo que se fue tosiendo
en una ambulancia,
caliente y dormido,
conectado a un tubo
con el que jugaba sin mar a ser buzo?
¡Abrázame pronto!,
que llevo diez días encerrado y loco;
y si no contara con mi ventanita
por la que se cuelan duendes y misterios
yo me habría olvidado de las matemáticas
y los adjetivos calificativos.
Ya no me consuelan las televisiones
ni las pantallitas digitalizadas.
¿Qué culpa es la mía por tanto borlote,
por los tapabocas y los noticieros?
¡Quiero irme a la calle con mi bicicleta
y quiero a mi padre trotando a mi lado!
¿Qué me dices, madre?
¿Jugaremos juntos hasta el día catorce
mientras lo liberan de aquel hospital?
¿Volverá a ir a Italia y cargará conmigo?
Está bien, perdona, pues tú no lo sabes.
Trae el juego entonces; yo limpio la mesa.
¿Me darás un beso si esta noche gano?...
¡Bravo!
¿Sabías, mamá, que han nacido tres crías
de las golondrinas que anidan afuera
bajo la cornisa y sobre mi ventana?
¿Sabías que pelean por la vida
abriendo sus picos
y que en seis semanas
si el gato no las come
volarán muy alto?
¿Lo sabías?