Que fácil resulta echarle la culpa al mundo de mi aburrimiento. Suspiro y me tiro en la cama determinada a autocompadecerme por no tener opciones. Con la mirada fija en el foco de mi recámara observo de reojo las motas de polvo revoloteando como insectillos que sólo aparecen ante los rayos luminosos. Escuchar las canciones que durante años me han gustado y dejarlas fluir igual a un telón de fondo a la desesperación. Suelo convencerme con las mismas frases para no salir, para mantenerme en el hábitat seguro del topo que sabe que le dolerán los ojos si se expone a la luz.
La verdad es que son pocas las ocasiones en las que me he quedo sin realizar una actividad. Soy de las personas que consideran que siempre hay algo en lo que te puedes ocupar. Acostumbro plantearme objetivos hasta para las actividades artísticas; encontrarles una finalidad útil es primordial. Cuando pienso en hacer algo que sé que no me lleva ningún lado productivo automáticamente lo bloqueo.
Rememorando esta situación me acordé de una frase de Abel Dufresne que dice: “El aburrimiento es la enfermedad de las personas afortunadas; los desgraciados no se aburren, tienen demasiado que hacer”. Justo así es como me siento cuando me sucede el día sin destino; desgraciada. Es un querer descansar y abandonar todo, pero sin aceptarlo. Me cree una idea que decía, que si una persona se aburría era porque no tenía la capacidad para encontrar, en este mundo tan lleno de posibilidades, algo en que desempañarse y eso denotaba poca inteligencia.
A veces me fatigaba con sólo pensar en la meta. A veces deseaba tanto quedarme estática disfrutando de la inmovilidad, pero ¿cómo logras que tu mente no piense en algo en específico? Claro que sé que existe la meditación y sirve para ello, pero eso lo dejaré a personas con una mayor elevación espiritual. Por el momento me siento meramente un ser más común que corriente en mi sufrimiento de la imaginación constipada.
Dice Byung-Chul Han en su libro La sociedad del cansancio: “La pura actividad sólo prolonga lo ya existente. Una verdadera vuelta hacia lo otro requiere la negatividad de la interrupción”. Tenemos la idea de que perder el tiempo es algo imperdonable, más ahora que hay a nuestro alcance tantas facilidades y opciones, me refiero a las ventajas que nos ha dado el internet. Si, nos ha dado ventajas, pero también una necesidad inconmensurable de poder aprovechar todo lo que se nos presenta, porque si no sería quedarnos atrás, algo así como los últimos en la carrera.
Me di cuenta que para disfrutar de mis actividades primero tengo que tontear un rato o desperdiciar el tiempo si así lo quieren llamar. Antes no podía soportar la idea de armar un rompecabezas de 1500 piezas para después desarmarlo y meterlo nuevamente a su caja me generaba un gran corto circuito. Lo veía como un retroceso en mi desarrollo, casi un pecado, hasta que yo misma colapsé.
Cuando la iluminación llegó a mi cabeza fue al recordar que hay cosas que pueden parecer absurdas, pero son útiles, por ejemplo, repetir mantras o rezar. Lo entendí al transportar esa idea al aspecto musical. Recordé las interminables horas que pasaba frente al monitor en la universidad en las jornadas de entregas finales. Esos instantes al borde del infarto en donde ya no me acordaba si había dormido, me había bañado o comido.
Solía hacer mis tareas escuchando música electrónica, porque me permitía no prestar mucha a tención a las letras, pero sí a los ritmos anestesiantes y el volumen alto siempre fue importante para aislarme de cualquier otro sonido. Me quedaba como zombi con la vista clavada en un punto en el monitor, mordiendo el cerebro de goma del lápiz. Mi mente entraba en el bucle de la música dejando cabida a los Oompa Loompas neuronales para reparar los mecanismos lúcidos que permitían el buen desempeño. Eran como pequeños apagones por sobrecalentamiento en zonas específicas.
Nuestro cerebro tiene la capacidad de asociar cosas e inevitablemente relacionamos cualquier pensamiento con lo que comúnmente hacemos ¿y en que ocupamos la mayor parte de nuestra vida? pues en trabajar. Cuando éramos niño no sucedía así. Perdí la capacidad mágica de imaginar como niña aproximadamente a los once años. ¡Puff! de pronto la magia se esfumó, un día desperté y no estaba. Difiero con las personas que dicen que los niños juegan todo el día y que su vida es sencilla y repleta de satisfactores. Los niños también pasan momentos difíciles y molestos principalmente cundo de hacer los deberes se trata. Hagan memoria, cuando jugábamos no pensábamos en la tarea jugábamos y punto; desconectándonos de todo lo demás. Eso quiere decir que nuestro cerebro ya lo sabe hacer, sólo es cuestión de volver a la práctica. Reinventar algo así como el perfecto manual para desenchufarse.
Considero que tengo la suficiente sensibilidad para disfrutar mucho de la existencia como para terminar atascada en la incomodidad gris por no saber detenerme. Tal vez ya no pueda jugar a ser un thundercat o hacer hablar a mis muñecos vívidamente, pero si puedo permanecer sola escuchando música durante horas en un café mirando a la gente pasar. Leer un poema y pensar todas sus posibilidades y que el resto de la hoja en blanco que sostiene a ese poema sea el remanso de la salvación a mi cordura.