ODA INELUDIBLE
¡Qué dadivosa vida
tiene quien porta albísimos ajuares
y va, con tea encendida,
andando los lugares
donde no cantan aves ni juglares!
¡Qué pabilo encendido
lleva en su corazón tan incendiado,
que su vida, si pido
su sacrificio alado,
la diera con temple de soldado!
Por los pasillos yermos
del hospital donde loan vida y muerte,
en el jardín de enfermos,
entre latidos inertes
corta flores de su elegida suerte,
sin matar la fatiga
su pasión por curar, siempre exaltada;
sin que su amor desdiga
la sabia no ganada
y se ponga a llorar en una estrada.
Entre pulsos de vida,
entre anhelos de rostros macilentos,
hurga en la herida
de la muerte su alimento
y el hombro de algún dios como sustento.
¡Quiero cantarle un verso,
uno amable de amor bien enhebrado,
en el que suene terso
si puedo, afortunado,
el júbilo de quienes ha salvado!
¡Quiero echar fuera el grito
de aquellos que callan, ya vencidos
por el velo contrito
de la muerte, heridos
emigrantes de la luz y los sonidos!
¡Quiero darle el abrazo,
si pudiera, por los que no lo darán
y han dado el paso
más allá del parián,
que es este mundo de farsa y celofán!
¡Ponte la bata blanca,
hermano del dolor y la pavura!
¡Prende el alma y arranca
la triste cara dura
de ese germen que ensucia la hermosura!
Si en el intento vuelas
desde esta dimensión a otra mayor,
hablarán las estelas
de tu destino mejor
entre aplausos y mejillas en rubor.
¡No te baste una vida
para plantar banderas en la luna!
¡No te venza la herida
de la muerte, lobuna
y codiciosa dama inoportuna!
¡Habremos de esperarte
cuando se abran puertas y ventanas,
tocarte y abrazarte
con risas y campanas,
cuando aviven las calles y las ganas!
¡Señor de toga blanca
y de la cofia señora angelical,
mi emoción estanca
en el paso desigual
de las horas que rediman de este mal!
¡Cubre sol, abriga luna,
las bondades perpetuas del galeno
y la mano oportuna
de enfermera, en pleno
acto de amor terrenal y sereno!