Sirimiri
Se anunciaba
como tormenta perfecta,
de aquellas que tuercen
la paz en un rostro
y afilan la luz de una mirada.
Pero los vientos
cambian los destinos,
se llevan el ímpetu
a donde nadie sabe
y nos dejan la duda,
las cañadas mansas,
el suave rumor de la llovizna.
Los amantes preparaban
sus cuerpos
para vivir la pasión
de su propio temporal
bajo el cobijo de rayos
y vendavales,
gritar con el estruendo
del agua sobre las tejas
y morir de amor en la noche
de un apagón inesperado,
como en tiempos primitivos
donde la luz no hacía falta.
La música tenue del sirimiri
invita a los amantes
a los tactos suaves
y a los besos dulces,
a cantarse lento su canción
de manos
y a beber con calma
de sus cuencos,
sus lomeríos,
sus colmenas atrapadas
entre sus piernas.
Que dure el amor de los amantes
oficiales y clandestinos,
que susurren sus gotas de cielo
cayendo verticales
en su nido de alas
y pájaros nocturnos.
Que resista el amor
su condena de efímero fantasma
y de piel desesperada.
Es por ella que dos bocas
se aferran
como si no fueran olvido,
por ella que la muerte
pasa de largo sin oír
el chasquido de los besos,
por ella que una noche
puede ser el paraíso
o el infierno bien amado.
Ritual
Es día de agua y nuevos ríos,
jornada que aplaza las urgencias
y abraza la sustancia:
buscar el sol bajo la piel,
arañar la luz en las miradas;
tender la humedad
sobre otras humedades
para encontrar calor
en las estrellas
que habitan escondidas
bajo las axilas,
en los blandos labios,
los ombligos cóncavos,
los senos convexos
y los alegres vientres
que reciben las manos ateridas.
Es día de pan horneado
y café degustado en la cama,
ritmo de locos detenido
en arrebato de holgazanería,
justo protocolo roto
y prisas atrapadas bajo sábanas.
Canto tenue de un verano
despedazado en gotas
mientras llega el tiempo
de canícula despiadada.
Aquí me quedo hoy:
paraísos de manos y letras
servidos en bandeja,
culpa guardada en una amnesia
y nubes de lasitud amodorrada.
Si preguntan por mí,
digan que duermo;
el mundo gira perfecto
sin delirios de poeta
que dificulten su camino
y su vendimia alucinante.
Si preguntan por ella,
sepan que está conmigo
corriendo sobre mis colinas
y volando papalotes,
con riesgo muy grande
de convertirse en mariposa.
¡Arrima el alma, mujer!
Junta tus dudas a las mías
en juego de niños extraviados
en esta luna líquida
que se ha caído del cielo,
sube conmigo al barquito de papel
hasta que se deshaga
y vayamos mojados a rescatar el sol
que habita en los abrazos.
Si un enano con cara de oficina
te llama desde su isla seca,
grítale que estás conmigo
y que un sol revienta de vida
en tus entrañas
y yo estoy ahí para quemarme.
Es día de ritos húmedos…
y soy un pez.
Incertidumbre
Son las diez y contando.
La lluvia vino y se fue
sin mojarme.
Me quitó la luna
y un delirio acuoso
que nacía en mi pecho.
Se llevó el cielo raso
a cambio de una nube
de dudas
y de una bruma
de humo.
Soy la noche
y su silencio
y las respuestas
no llueven;
la espera me abriga
en su regazo de soledades.
Soy la piedra enlamada
y el obstinado grillo,
la tinta callada
y el zumbido de un pez
en una alberca
del tiempo.
Si pudiera
saltaría sobre las sombras
desde el balcón
y mis sueños,
navegaría horizontes
de alburas permanentes
y buscaría tu rostro,
desconocido eterno,
paladín desnudo,
ángel apenas
sospechado.
No tengo, y ni lo sueño,
la paz que pregonan
los vendedores de
certezas,
envueltas en celofanes
y adornadas con listones.
Tengo el presagio,
la ternura de un viento
que refresca mi ventana,
y tengo que me tengo,
que ya es tener bastante.
Suena una música
a lo lejos,
un niño que llora
y el maullido de un gato.
Adentro,
muy adentro,
suena un tambor
que da fe de mis latidos,
y la sonrisa perenne
y roja de mis venas
Atisbo
Se asomaba
después de la tormenta
Era una luna
levantando la sombra.
Era el universo contraído
en un punto diminuto.
Era un volcán
erupcionando sin testigos
y la cúspide de un sueño
parido por mi boca.
Era Helena
en una cima de Troya
y Paris
asomando las murallas.
Era mi suspiro,
mi saliva triste,
mis rajados labios.
Era la lágrima roja
de mi ausencia
sobre sus cumbres solas.
Y era ella esperándome
debajo de la tela,
sobre la piel y adentro
de la noche humedecida.
Rayo
Partió la noche en dos.
Me quedé en el centro:
gota nacida del insomnio,
cuerda floja de un circo
sin payaso ni monociclo.
Me pregunto a dónde va
la sacudida del trueno,
qué dios recoge esa furia
asesina del sosiego arbóreo
de los pájaros.
Y hacia dónde vuelo yo
desprendido de la paz temporal
de las sombras,
herido por la luz del relámpago,
descubierto y sorprendido
por la danza de rumores en el tejado.
Descubro mil preguntas
alojadas en mis pies,
una danza de hormigas,
un polvorín de interrogantes
acallados por los gritos del cielo.
Vocifera la almohada
mil proclamas a la noche,
y su condena a la inquietud
de mis mejillas insomnes.
El ruido duele mucho menos
que el silencio,
la oscuridad empuja el grito
y la ventana es el mar.
Las gaviotas vuelan mi cabeza
y prestan alas al delirio.
En las olas dispersas del aire
coletea un delfín.
Lo escucho nadar
entre palabras húmedas
mientras vuelvo al sueño
de mis párpados.
Cierro este paréntesis
más vivo que el descanso
que hienden los rayos
levantando los fantasmas
de las delgadas horas.
Ala de mariposa esta sombra
sacudida por el viento.
Murmullo
Es una gota
mi cuerpo.
Un sello en la luz.
Breve sonrisa
dibujada
en el deseo.
El arco
de una flecha
y también su destino.
Aleteo de colibrí.
Cascada.
Fuente llena
de pétalos.
Perfume.
Secreto de mirra
e incienso.
Manantial
para una sed
que no encuentro.
La noble cima
de un alfil
que busca el cielo.
El deseo
de una piel
por las estrellas.
Mi cuerpo
traza
caminos
en la tierra
iluminada.
Es la bengala
que llama
desde el mar.
Un naufragio
Enamorado.
Una luna
en creciente.
Un pequeño
murmullo
de la luz.