Todo esto es extraño. Muy extraño.
Pensé mucho si debía hacerlo o no. Al final, cedí. Como ella, como tú, como aquel. El miedo es un hormiguero debajo de la piel, penetra los huesos, el tuétano, descalcifica la paz, gangrena la sonrisa. Por eso me formé en la fila y fui un eslabón más de la cadena enmohecida en que nos habíamos convertido.
Lupe fue una razón importante para asumir el riesgo. Te beso hasta que vayas, me dijo. En realidad, quería decir que se acostaría conmigo. Y se acostó. Una, dos, tres veces y pronto una cuarta. Tenía guardados muchos gritos adentro y aún le quedan muchos. Cuando estoy con ella, en ella, pienso en el big bang, me siento un universo en expansión. No imaginé que Lupe fuera como una nave espacial. Recorro el espacio sideral con ella, todas las estrellas orbitan alrededor de su cuerpecito.
El día que tomé la decisión se lo comuniqué a mi madre, científica con doctorado en biología molecular, cumplió 55, ha vivido sin tener a su lado un hombre durante los últimos veinte años, es atea y me lo ha contagiado, bebe mezcal y ha tenido buena cantidad de amantes. Me dijo que yo era libre para tomar mis decisiones, pero que ella no lo haría. Soltó uno de esos discursos científicos que no empatan para nada con mi afición por la poesía para intentar convencerme de un supuesto mayor riesgo al hacerlo. Me habló de las maravillas de la terapia con dosis fuertes de vitamina D y con nanopartículas de plata. Tal vez por llevarle la contraria o porque ni los doctores en cualquier tema son profetas en su propia tierra; o tal vez por Lupe y sus promesas de cama y piel nacarada fue que no le hice caso. Has lo que quieras, me dijo, eres terco como tu padre. Mi padre, a propósito, también es un poeta y vive ―o sobrevive― en un planeta muy alejado del de mi madre; ni hablar, ese fue el esperma que me trajo al mundo, uno no elige.
En fin, aquel día que llegué al cuartel militar en donde estaban inoculando la cosa esa a los de 30 a 39, un soldado me detuvo para preguntarme a qué iba. Estuve a punto de soltar la carcajada, pero la culata de su rifle se veía dura y amenazante. Pues a lo que vienen todos, le respondí. Pero tú no tienes 30, aseguró. Sucede que mi padre, además de heredarme su terquedad y la afición por los poetas malditos, también me heredó la cualidad de ser traga años; él tiene 57 y no pinta ni los cincuenta. Le mostré mi credencial de elector y arrugué el entrecejo para no parecer de 24. Pasa, me dijo, con la dulzura que caracteriza a esos uniformados.
Fue rápido el trámite. La enfermera era linda. El pinchazo, también lo fue. A los quince minutos empecé a experimentar esta extrañeza en cuerpo y mente que no me abandona después de un mes. Primero fue como una dulce somnolencia, dos horas más tarde como un cigarrito de marihuana meciéndome la tarde, por la noche eran pequeños planetas zigzagueantes rebotando por aquí y allá. Nada que ver con los efectos desastrosos que reportaban mis cuates: que te tiraba en cama, que te dolían los huesos, que desaparecían las erecciones una semana entera. De haber sabido lo lindo que sería conmigo ese medio mililitro ambarino no lo hubiera pensado ni un minuto. Después se fue estandarizando la sensación; así lo hubiera dicho mi madre. Las siguientes dos semanas bastó beber algo dulce, o besar a Lupe ―me hizo esperar diez días después del pinchazo―, o hacerle el amor, lo que ya era apoteósico, para obtener de nuevo ese efecto de andar viajando sobre mares policromáticos.
Y aquí estoy, aquí sigo, extraño y extrañándome. Aunque cada vez me acostumbro más a este viaje. La mayoría me cree un loco, piensan que en realidad me estoy metiendo algo y culpo a la jeringa aquella de haberme provocado este alucine.
La cuestión es que esto progresa y no sé hasta donde llegará. Mis sentidos desarrollan mayor sensibilidad. La piel de Lupe, por ejemplo, es un oasis de aromas. La última vez con ella pasé casi una hora oliéndola, como esos sabuesos que encuentran paraísos en un lugar preciso entre la hierba y no se mueven de ahí. Imaginarán el edén que descubrí entre sus piernas. Me amenazó con irse si no retiraba mi nariz. Anhelaba sentirse penetrada y yo sólo olerla. O bien, puedo estar perdido atisbando por uno de sus poros, sobre todo los de alrededor de las areolas de sus pechos; cada uno me parece un cenote sagrado que en el fondo guarda reliquias de dioses antiguos. También veo más de allá de lo deseable, la luz estelar de sus ojos traspasa los míos, me extasía, y el mundo salvaje que hay adentro de su pelo cetrino es una tierra de gnomos y elfos donde acuna mi fantasía. ¿Qué decir de sus sabores?, no cambiaría su axila por ningún platillo de chef ni por la miel melipona ni por ese dulce que alimenta a las divinidades olímpicas. Se me ocurre pensar que Lupe es una hechicera y es ella la responsable de lo que me pasa, no la jeringuilla. Sin embargo, estando solo en el balcón de mi cuarto soy capaz de recibir a través del aire las fragancias de la luna. Ayer viajaba bien llena y redondísima por el firmamento, y aullé de emoción. Sí, literalmente aullé y después grazné como un águila. Mi madre recibió llamadas de los vecinos para preguntarle si me encontraba bien. Cabrones metiches, no son capaces de entender los embrujos, sus vidas son tan mediocres que jamás experimentarán un verdadero hallazgo en su existencia.
Mañana cumplo años. Lo celebraré con Lupe, me perderé en Lupe, moriré tal vez con ella y no me importaría. Tal vez esté destinado a formar parte del club de los veintisiete, aunque nadie lo sepa porque no soy famoso como Kurt Cobain o la Whinehouse.
¡Caray! Hoy se suma otra rareza en mi cuerpo: una ligera molestia en mi espalda, justo en ambos omóplatos, como si alguien los hubiera golpeado días atrás.
Ha amanecido. Tengo veinti…siete. Me cu… cuesta trabajo hablar, como si no encontrara las… palabras.
¿Alas?... ¿Me han nacido alas? ¡Dios! ¡Lupeeee…! ¿Soy… un ángel?
Me crecieron también los co… colmillos y mi nariz cre… creció. Me llegan todoss los arocmas por… la ventana. ¡Esss hermoso, Lucpe! ¡Her…mo…so! La ventanac me… llama, Lupec. ¡Veeeeencc….! Quisieracc que tuuú… ¡Hiiiicc…! viniecras conmi… ¡Criiic! Sicc vieccrasssss…. ¡Luccpeccc….!
Laac venctancc…nac mecs… llacmacrfrriccc… ¡Hiiiiiccrssiiiccc…! ¡Hiiiicc…!