Cierto, hay en esta vida mil motivos para llorar, y personas o animales dignos de derramarse por ellos, tal vez en ellos, en su ausencia o presencia. Hay también variedad de formas de hacerlo: discretas, elegantes, desenfadadas, escandalosas, como muriendo, como naciendo a la alegría, a modo de lluvia de tormenta o de rocío tierno, a modo de chantaje, en tono clásico o, lo más doloroso y conmovedor, en absoluto silencio, esto es, a modo de volcán en espera eterna de una erupción que nunca llega, esperma salino que no fluye y libera; esta última impotencia en verdad me consterna: unos ojos secos implorando humedad son lo más triste.
Si consideras afiliarte a este club mío de amantes y lloradores de gatos, tal vez porque en la vida no encuentres mejor motivo para incitar este hábito lagrimal tan necesario, he aquí mis humildes recomendaciones:
Habrá de considerarse, de entrada, la existencia de millones de cretinos en el mundo a los que no es posible amar como se puede amar a un gato y, por lo tanto, llorarles también es indeseable y casi imposible, a menos que seas de su misma ralea; si fuera así, deberías dejar de leer esto y dedicarte a joder al prójimo o a algo parecido. Si perteneces a los que no se enfadan de estremecerse ante los crepúsculos cotidianos, con el Claro de luna de Beethoven o ante la golondrina que va y viene con alimento para sus crías, entonces la probabilidad de llorar a un gato es alta en tu caso. Sin embargo, aun con esta buena disposición tuya, existen en esta vida moderna, veloz y convulsa, diversos distractores de la belleza; y un gato es belleza pura. Por lo anterior considero necesario reforzar las posibilidades de llorar a cualquier gato del mundo que necesite ser llorado.
Pienso, por ejemplo, en no distraerse en las carreteras. A diario ocurren grandes desgracias en ellas: la gente muere a causa de nuestro ímpetu por la velocidad, por la estupidez endémica de muchos, por el alcohol o simplemente porque el mundo es imperfecto y los automotores también. Algunos piensan en castigos de Dios. A Él lo dejaría fuera de esto, quiero pensar que anda muy ocupado diseñando nuevos planetas para cuando acabemos con este. Prefiero llamar tu atención sobre los miles de gatos aplastados en las autopistas. Debes ir bien despierto para percatarte de ello y no perder la oportunidad de conmoverte. Es tan triste que su elegancia inimitable, su misterio, su halo divino, terminen convertidos en zalea y la mayoría pase indiferente evitando mirar para evitar la culpa. Posiblemente alguna vez tengas la mala suerte de arrollar a un gato; una vez me pasó y fue como darle un golpe en el hígado al creador, a una de sus obras perfectas. Por eso acepté la llegada de un felino a casa: buscaba el perdón.
Debo hacerte tomar conciencia, si has llegado hasta aquí, respecto a los múltiples beneficios de tener un gato en casa. Después de enterarte, los amarás más que a los perros y bajo ciertas circunstancias más que a los humanos con quienes has establecido un convenio para vivir juntos y procurarse el sustento. Lo siguiente no es invento mío, lo concluyen estudiosos del tema: tener un gato reduce en 40 por ciento el riesgo de un ataque al corazón; su ronroneo, de entre 20 y 140 hz. sustituye los dispositivos para la fisioterapia y eso mejora la movilidad de músculos y articulaciones, cura además las micro lesiones. Donde hay gatos hay menos enfermedades virales y te sientes mejor cuando los ves o acaricias; inténtalo si no lo crees. Las personas con alzhéimer reducen su ansiedad con uno de ellos y nos ayudan a enfrentar la depresión y superar una pérdida. Los gatos, créelo, son tranquilizantes sin efectos secundarios.
Si no basta lo anterior para motivar tu deseo de amar y, por ende, alguna vez llorar a un gato, no desesperes, hay muchas más razones. Grandes pintores, por ejemplo, se inspiraron en sus gatos. Tenemos al inglés Louis Wain, un artista reputado de la época victoriana realmente obsesionado con esos felinos menores, en cuyos cuerpos adaptó actitudes y quehaceres humanos. A través de los gatos caricaturizaba la sociedad inglesa de su época: gatos fumando, disfrutando en fiestas, bebiendo o jugando golf. En su etapa de decadencia, Wain fue internado en un hospital de salud mental, diagnosticado como esquizofrénico. Afortunadamente, el lugar contaba con un jardín y, ¡maravilla!, con una colonia de gatos; pasó con ellos los últimos 15 años de su vida. Cómo no mencionar también a Botero y su gato enorme, mofletudo y guapo que desde el 2003 se instaló en la plaza del Raval en Barcelona. Hace poco más de dos años pasé por ahí, los ojos del gordo estaban hechos de un magma de ternura y azoro que jamás piedra alguna me ha entregado, amé su corpulencia inabarcable y la pregunta existencial de su mirada, sólida y blanda a la vez. Andan paseándose otros mininos de Botero en Armenia, en Nueva York y en Medellín, y muchos más en sus pinturas, rechonchos como los humanos a quienes acompañan. Creo que en ningún otro artista pesan tanto los gatos; a la báscula se remiten para quien lo dude.
Suzanne Valadon fue una pintora francesa que murió en 1938, también amó los gatos y se inspiró en ellos. Libre y excéntrica como era, gustaba de alimentarlos con caviar los días viernes. Parece que Raminou fue uno de sus predilectos, pues lo encontramos en muchos de sus cuadros y me es especialmente simpático por parecerse mucho al gato que tuve en casa durante14 años, del cual no hablaré en este momento por temor genuino a humedecer el teclado, el cual, misteriosamente, aloja un pelo suyo entre las teclas superiores 5 y f5 que no me atrevo a mover de ahí, al menos por ahora. Marc Chagal es otro grande de la pintura que también incluyó gatos en alrededor de una docena de sus cuadros. De ellos, me conmueve sobremanera “El poeta”, que nos regala un enorme gato azul elevándose en el cielo en noche con luna llena, o “La gata transformada en mujer”, que, a propósito, en algo que me recuerda a una dama que quiero y querré siempre; no digo más al respecto.
Dejo en paz a los pintores, los hay de sobra para seguir refiriendo su amor por los gatos. Los escritores también han buscado curarse en ellos de la sevicia de los humanos, sin duda. Truman Capote, por ejemplo, pasaba mucho tiempo defendiendo a su minino del perro que tenía en casa, y Murakami se manifiesta incapaz de vivir sin la compañía de un felino. ¿Qué explicación podemos dar para entender ese vínculo tan estrecho entre gatos y escritores? Todo apunta al carácter que ambos poseen y comparten. El escritor desarrolla su oficio en solitario, pocos tienen acceso a su espacio sagrado y si alguien lo invade sin su permiso se sienten tan invadidos como un gato al que deseamos acariciar sin su consentimiento. Gato y escritor comparten la necesidad de absoluta independencia y libertad. Otro grande de las letras, amante confeso de los mininos, fue Ernest Hemingway; su gran amor felino fue Snowball, cuyos descendientes llegaron a ser más de 50. Se dice que aún hoy se encuentran algunos ejemplares en la casa-museo del escritor, en Florida. Uno más, el gran Bukowski, declaró que si hubiese otra vida le gustaría renacer en gato. En su poema “Mis gatos”, escribe: “Cuando me siento mal, me basta con mirar a mis gatos y mi valor regresa.” Borges también dedicó un poema a su minino Beppo, tanta era su devoción por él. La lista sería larga, solo enunciemos algunos más que aman y se han inspirado en los gatos: Cortázar, Dickens y Edgar Allan Poe. Imposible e injusto sería no hacer mención especial de Monsiváis y los 13 mininos que dejó huérfanos. Monsi consideraba que los gatos eran mejores compañías que las personas. Tal vez a estas alturas Mito Genial, Siniestro Chocorrol, Miss Antropía y algunos más ya lo acompañen en el cielo de incertidumbre donde se encuentre; algunos de ellos ojalá sigan vivos. Por último y al final de la última fila, prácticamente en galería y en butaca anónima, me anoto como cuentero amante de los felinos, tanto que merodean constantemente en mis historias; no lo puedo evitar, su ronroneo me es indispensable al entrar en la ficción.
Si por fin experimentas una emoción solidaria con el mundo felino que rebasa la simple bondad y se extiende al deseo de tener un gato, amarlo y llorarlo cuando sea necesario, vamos por buen camino. No te hablaré de los costos de consulta de un veterinario realmente bueno, ni de las medicinas y los estudios que debe realizar el patólogo a los gatos después de los 10 u 11 años, cuando los mininos entran en la tercera edad y es menester revisar hígado, corazón y pulmones, y cuidar que su dieta sea mejor que la tuya e ir contando los dientes y garras que poco a poco van perdiendo. No, los renglones previos inmediatos haz de cuenta que no existen y recuerda, en cambio, que en el antiguo Egipto los gatos eran considerados sagrados, tanto que, como felinos son de la misma familia de animales que el león, el Dios del sol Ra de los egipcios. Se les veía como animales protectores de los dioses, de ahí que se construyeran réplicas de gatos en numerosos templos y pirámides. La diosa Bastet era representada con la cabeza de un gato y, además de asociarse su imagen con la luz, el calor y la energía solar, también representaba el misterio, la noche y la luna. En la época arcaica de Egipto, si alguien mataba a un gato lo pagaba con su propia vida. Desgraciadamente durante la Edad Media el gato pasó a ser considerado instrumento del demonio y de las brujas, por sus hábitos nocturnos. La persecución de los mismos terminaba con la quema salvaje de gatos en la hoguera. Bastaba poseer uno para condenar a una persona, sobre todo si era de color negro. Esto último es suficiente para llorar por ellos, sin embargo, no es esta conmoción producida por la rabia y la impotencia la que pretendo generar y traducir en lágrimas, es otra de más alta vibración energética.
He aquí mi último intento de moverte a llorar por un gato.
Hace unos días, justo el mismo en el que Lennon cumplió 41 años de muerto, mi gato se fue de viaje sin retorno, a menos que confíes, aunque no tienes necesidad de demostrarlo, que algún volverá convertido en puma, en delfín o en humano. Siento la necesidad de decirte, como una madre dice de sus hijos, que era el más hermoso, el más elegante, atrevido y orgulloso, y el mejor cazador de ratas, conejos, patos y hurracas que haya existido en mi reino y en los conexos. Desde mi balcón contempló infinidad de lunas enseñándome a quererlas, desde ahí atisbó por años los rincones más escondidos en los que merodeaban roedores, duendes, fantasmillas invisibles para mis ojos. Eternamente asombrado, se mecía en el movimiento de rotación del planeta, quedándose quieto tardes enteras, virtud que traté de imitar sin lograrlo; pero me enseñó a detenerme, a contemplar, a regocijarme con mi propia respiración como él lo hacía y quedarme en el silencio sagrado de una divinidad apenas contemplada por mí, y en la que a diario él habitaba. Lo extraño, es difícil acostumbrarse a vivir sin su cadencia, sin su lección de danza a cada paso, sin esa virtud de silencio que emanaba de su pelambre y se convertía en luz en sus ojos. No atino a precisar cuánto le debo, o si quedamos a mano al hacer de mi casa la suya, al cuidarlo como pude, y él al regalarme su misterio. Ahora que parece que no está, porque ya duerme bajo las raíces de un árbol y se casó con la tierra para desvanecer su cuerpo, tendré que pensarlo mucho a fin de comprender la metáfora que fue, la resonancia mística de sus pasos por mi casa en los que había un equilibrio que apenas hoy valoro al sentirlo ausente. ¿Qué deja un gato flotando como nube por los rincones bajos y altos de un hogar?, ¿qué perfume se lleva del aire, aunque jamás fuéramos conscientes de su fluido?, ¿qué respuestas no dimos a las preguntas hondas que había en su mirada?, ¿por qué ahora nos sentimos menos de lo que creíamos ser y nada más porque está muerto?, ¿en verdad nos protegía de algún embrujo o maldición?, ¿se llevó para siempre los males de ojos, las envidias de algunos vecinos, ciertos aires fríos y oscuros que nos han calado el alma algunas veces? No lo sé. Solo tengo claro que a esta casa le hará falta un gato para que siga siendo casa. Es la mejor manera en que puedo nombrar su ausencia. Debo convencer a la gata que pernocta en el patio de que entre a tomar su lugar.
Me siento muy egoísta al chantajearte con mi dolor para que seas capaz de llorar a un gato. No tendría que ser necesario. Muchas razones te di para mover tu compasión amorosa por los felinos caseros. Hay tantos de ellos perdidos por las calles, sobreviviendo semi salvajes y salvajemente olvidados, que bastaría uno solo de sus maullidos para mover tu misericordia o tu tristeza. Pero mi gato era mi gato, dividió sus siete vidas en siete pares de años, y he escuchado gemir de pena a tres pulgas en la camita que guarda sus olores y también a mis perros, y a la luna orgullosa la oí preguntar por él; enfrenté con mis garras a un gato más joven que le hacía la vida imposible y lo sigue buscando para joderlo, subí al techo y grité su nombre con la esperanza de ver aparecer su fantasma por los tejados; lo más insólito, me puse a rezar por su alma ante una imagen de Gertrudis de Nivelles, la santa patrona de los gatos, implorándole su intersección para que al hipotético cielo de los mininos le permitieran la entrada con honores, y que ahí, por fin, desapareciera la tiesura de su pata derecha trasera, la que en toda su vida no pudo doblar por defecto de fábrica, sin que ello le impidiera pelear por las damiselas gatunas ni convertirse en el mayor cazador que en el planeta ha habido.
Hasta aquí mi arenga, diez días después de que el universo cambio por la ausencia de un gato. Logré mi cometido si al menos una ligera vibración te ha sacudido el pecho o si nada una pequeña melancolía en las olas de tus ojos. Me gustaría pensar que hoy eres mejor y más bueno gracias a eso. Tal vez mañana, cuando salgas al mundo, seas la piedrecilla de bondad arrojada al lago del tiempo y te expandas en ondas hacia tus propias orillas.
Quizás un día de esos terribles los líderes de los grandes bloques mundiales puedan tener un gato en su mano izquierda; y antes de presionar el botón rojo, acaricien con la derecha la testa del felino. Eso podría salvar el mundo.