I
A mi padre,
que vino al mundo en los albores de agosto
y se marchó con su canto en noviembre humedecido
Aquí con machete en mano
corto el aire y lo germino
para que hable y me diga
si trae la voz de mi padre.
Aquí en el surco que raja
en vientres hondos la tierra
voy cavilando mis pasos
para escuchar los susurros
de su voz bien resguardada
en los terrones de barro,
en los terrones de arcilla,
en el terruño del alma.
Saberlo cruzando el llano,
saberlo rompiendo el viento,
solo eso me bastara
para quitarme el sombrero
en respeto a su vagancia
por los poros de su patria,
patria de milpas y cañas,
nación de apantles y ríos.
Aquí en mi ruda nostalgia
hay una lluvia infructuosa,
ciclón de truenos ahogados,
trino triste y solitario,
porque no canta mi padre
como su boca cantaba,
porque no escucho su risa
entre las brozas del aire.
Aquí donde canta el río
busco su flor de alegría,
por si enredada la hallara
en la voz de los guijarros,
en el silbo de los juncos,
en lo manso de las pozas
o adherida en los reflejos
de los espejos del agua
Si al menos me cobijara
esa mítica esperanza
de encontrarlo en otra parte
cuando el aire se termine;
si al menos me sosegara
transitar por sus caminos
sin su mano bondadosa
dirigiendo la mancera,
entonces yo esperaría
que el tiempo aleve pasara,
y así encontrarlo en la hora
que nos devela el misterio
de la muerte perseguida,
y sin dudas ni quebrantos
arroparnos en la nada
soñando que nada es todo.
Que sea este rayo del alba
el que acuñe mi tristeza,
el que pulse mi nostalgia
como si fueran sus manos.
Sea este mi afán de tenerlo
el que tomando mi rienda
me lleve presto en el anca
de su invisible montura.
Y si en las noches calladas
oigo cantar su silencio,
será que se ha vuelto grillo
o que habita en la cigarra,
o será que bien prefiere
el arrullo de la sombra,
el canto de la cacuana
y el silbo de la lechuza.
Ojalá algún día una nube
me lo regrese en la lluvia
para guardarlo en mi bule
y en la sed de mi garganta
Ojalá yo no me muera
sin encontrar su sonrisa
agazapada en las sombras
de los misterios arcanos.
Aquí dejo su machete
sepultado en tierra noble;
sean sus filos las raíces
de mi tristeza fecunda
que en árbol nuevo germine:
nido de aves canoras,
sueño de ramas y trinos
donde se mesa mi padre.
En la ilusión del ocaso
siento su abrazo perpetuo.
¡Vengan noches! ¡Vengan lunas!
Tras la penumbra, ¡amanece!
II
A Antonio García Montaño,
a tres días de su aparente silencio
Era el alba y se mesaban
sus largas crines los rayos.
Todo anunciaba alegría
y tierno ardor de verano.
Incluso el perro ladraba
su fe en la nueva mañana,
y un colibrí en la terraza
se asomaba a mi aposento.
De pronto el ring ring celoso
rompió en el aire lo fresco.
¿Quién requiere?, ¿quién me llama?
¿Quién notifica un suceso?
Una voz, del otro lado,
me hace imaginar cristales
en ojos bellos y moros
que bien conozco, de cierto.
Con voz dulce y temblorosa
la hermosa me cuenta un cuento:
“Que se ha marchado mi padre;
que mi padre yace muerto”.
“¡Que no es cierto lo que escucho!,
¡que no escucho lo que es cierto!”,
respondí mientras temblaban
mis piernas y mis deseos.
La bella lloró conmigo
la tristeza compartida,
y el cielo se vino abajo
y se abrieron mil heridas.
Había callado mi amigo,
aquel que nunca callaba;
en él reían las palabras,
con él las piedras hablaban.
“¿Por qué le das el silencio
al que al silencio rehuía,
y hacía versos de la nada
y a la nada escarnecía?
¿Por qué de un momento a otro
vamos de flor a hoja seca,
y por qué sin merecerlo
un hachazo nos deshoja?”
Dirigí tales preguntas
hacia Dios, que no miraba,
que no era aún la hora
de guarecer la palabra
que como fuente nacía
del hermano que extrañaba:
llama de nobleza antigua,
cuenco de fe, y armadura
de logos sobre caballo
quijotesco y rocinante,
humor de fresca punzada,
sabio argumento agregado.
Me despedí de la bella
con mi pecho fracturado,
mil cuervos y su graznido
picoteando el corazón.
Caminos tiene la muerte
para esconder su malicia:
se lleva a quien no debía
en lugar de los tiranos.
¡Hay tallos que no merecen
la prematura guadaña!
¡Hay ojos que si se apagan
entenebran la llanura!
¡Hay labios que si no besan
resecan hasta la tierra!
¡Hay bocas que si se callan
anticipan la pavura!
A tres días de tu partida,
mi gran amigo del alma,
¿quién cortará las granadas
que en tu patio cultivabas?,
¿quién repetirá tu risa
resguardada en las paredes?,
¿quién beberá tu palabra
en mil papeles escrita?
¿Quién será el que te descubra
en colibrí convertido
merodeando en la terraza,
libando flores del patio?
Vuela libre, hermano grande,
vibra el flujo de las horas.
La eternidad como casa
será muy noble contigo,
te llevará por senderos
luminosos como soles
y expandirá tu palabra
por tu naciente universo.
Aquí en la tierra los días
repartirán tu sonrisa
cuando acaben de llorarte
y para siempre te rían.
Y cuando llegue la hora
del reencuentro irremediable
aquellos que aquí te amaron
tendrán tu mano consigo.
¡Hay pies que parecen quietos
y nunca mueren sus pasos!
¡Hay flores que si resecan
no asesinan su perfume!
¡Hay seres cuya palabra
rompe el cerco de los tiempos
y soles que si se apagan
paren lunas por millares!
Tu talla es de tal natura,
querido amigo del alma,
colibrí resucitado
que liba el néctar divino.
Siento tu abrazo perenne,
aquí se queda conmigo.
Ve a lo alto, que el Eterno,
es ahora tu destino.