“No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí. Perdóname si hoy busco en la arena, una luna llena, que arañaba el mar”
Joan Manuel Serrat.
Por humanos como usted, señor, es que las pequeñas cosas de la vida se disfrutan, sea a la luz nacida de una cerveza degustada con amigos, o bajo el aguacero de sonrisas inocentes de millones de locos bajitos que se incorporan a la vida. A uno le dan ganas de estar vivo al escuchar sus canciones, cantándolas, depositándolas para siempre en el almanaque de nuestras nostalgias. Cuando hablo de ganas de vivir, no me refiero solo a eso de reírse a locas como orate sin propósito, sino a aquello de meterse en la sangre y en los huesos las alegrías y las penas de todos los hombres y mujeres de este mundo. Hablo también de haber aprendido, gracias a espíritus libres como usted, a andar haciendo camino, con la conciencia de que algo en verdad sucede, de que vamos dejando hierbajos malos tirados a la vera del sendero que labran nuestros pasos, y alimentando pastos buenos, arboledas dadoras de oxígeno, plantas y aromas que previenen y curan del mal sempiterno de la estupidez.
¿Sabe usted?, siempre le envidié haber nacido entre la montaña y el mar, en mí germinó un pensamiento mítico sobre los poderes que eso otorga. Yo, nacido en la falda de un cerro, con un riachuelo al frente que ahora se ha secado, tuve la virtud, por usted y otros como usted, de convertir ese triste afluente en un Mediterráneo lleno de musas, inventé en él barquitos de papel para mi fantasía, flotas de corsarios y piratas enamorados de mujeres olorosas a jazmines, debutantes de quijotes de mar y arrecifes de colores que por la noche reflejan los rayos de la luna. Nunca perseguí la gloria, porque jamás entendí lo que significaba, me quedé en un simple sueño de poeta, con usted y otros locos venturosos; me quedé en mis huesos y en los de una mujer que no deshoja cada noche margaritas, pero me endiosa si voy atado a su yunta. Por eso y más, ahora que usted dice que ya no esparcirá su voz en directo por el mundo, me preguntó quién pintará de azul las largas noches de invierno que nos regala esta vida, quién convertirá en oro las hojas caídas del otoño y quién apaciguará las furias de los afilados soles de verano; quién nos convencerá de que parecer un beso del infierno puede significar lo contrario: alas de ángel solo visibles para los amantes que beben agua de los estantes y comen si acaso de la ilusión; quién llevará un crisantemo al panteón de sus canciones cuando ya pocos las canten, quién nos recordará constante que para la libertad sangramos, luchamos, pervivimos; y quién sabrá, poeta, qué va a ser de usted lejos de esa casa que construyó en cada pecho, no de cartón piedra, sí de viento, guirnaldas y duendecillos sabios.
Aquí en esta casa donde usted es invitado perenne no se termina la fiesta, seguirá colgado para siempre un cordel con colores de papel y los nombres de todas sus coplas, que, aunque tengan la carita empolvada como una campesina, seguirán trayendo voces de sirenas buenas para acompañar nuestro tránsito por este mundo enrarecido. Sepa, señor, que seguiremos siendo miembros de la aristocracia de ese barrio suyo que trasciende fronteras y nacionalismos. ¿Qué puede hacer contra nuestra necedad, barcelonés, si ha de haber gente pa’ todo? Por eso no me diga adiós, que para adioses no está listo este planeta. Usted se irá a estar en paz con Candela y a disfrutar de sus nietos piel de manzana, pero está equivocado si piensa que todos los fantasmas alegres y tristes de sus canciones no lo perseguirán durante las tardes de vino, queso y café frente al mar. Tras ellos, debe saberlo, iremos los fantasmas sin rostro a los que usted cantó en tantas plazas del mundo, le aplaudiremos tanto por las noches para hacerlo dormir con sonrisa plácida y despertar con ganas renovadas de parar su reloj una tarde de primavera, y de prometer su vuelta a los escenarios antes de que de los sauces caigan las hojas, aunque al fin y al cabo no vuelva, aunque lo sigamos eternamente esperando como Penélope a Ulises, infantiles y plomizos por su ausencia, menudos como un soplo, pajarillos pardos en su imaginación portentosa.
Por eso tal vez se anime de nuevo a entonar canciones y no se quede para siempre a tutearse con las nubes de su Mediterráneo, porque voz le queda mucha y es tanta su potencia de seguir alborotando el barrio. Señor Serrat, el mundo de hoy anda escaso de locos bienamados, se han llenado de tipejos caradura los foros, los bares, las curules, los parques y las canciones. ¿Por qué no morir cantando al sol como la cigarra, como dijera otro hermano espiritual suyo?
Sin embargo, lo entiendo, lo entendemos. Sucede, entiéndalo bien, que será difícil acostumbrarse a la ausencia de su voz: proteína para el cuerpo de la esperanza, terciopelo, analgésico para el dolor del alma. Lamento hasta el llanto no haber estado para despedirlo en el centro ceremonial de la gran ciudad. No pude, las circunstancias lo impidieron. Usted lo sabe bien: en ocasiones nos volvemos esclavos de las circunstancias, sin importarnos que la vida honda y verdadera se nos escurra entre los dedos. Como sea, catalán iluminado, nos deja lo suficiente para descifrar al amor, visualizar la fe, olvidar el horror y soportar los desengaños de diez lustros de idiotas en el poder. Disculpe el señor esta perorata nacida un poco de la locura, otro poco del amor. Per sempre i per sempre, el seu nom ens sabrà a herba.